miércoles, 20 de abril de 2011

-Pollo de corral a la cerveza-


Sabido es por todos que siempre debe elegirse bien la compañía, por aquello de “dime con quien andas y te diré cómo lo pasarás”.

Pues bien, para una buena comida, es condición indispensable la buena compañía. ¿Pero cuál es la buena compañía?, me pregunta usted, ¿cómo podrá encontrarse una buena compañía que sirva para todas las comidas?.

Eso no existe ni existirá jamás en la sociedad humana, al igual que no existe una única y buena comida para todos los habitantes del planeta.

Casi hay tantos tipos diferentes de comidas como tipos hay diferentes de personas.

Cada comida debe tener su compañía y viceversa. Una mala elección de la comida no tiene disculpa, pero es soportable; una mala elección de la compañía no tiene disculpa y, lo que es peor, no es soportable.

Hace unos días, bebiendo por la tarde unas tacitas de buen vino en encantadoras tascas santiaguesas, dio la casualidad en dar en una de esas tascas un hermoso y nutridillo grupo, mezcla de profesores en horas de asueto, intelectuales de contraportada de libros y algún que otro de los que opinan que con vivir ya hacen una aventura.

Santiago es una ciudad, pero es una ciudad pequeña y, como tal, nos conocemos todos.

Una taza llama susurrante a otra taza y ésta a la siguiente, a partir de la cuarta o quinta taza la cuenta suele perderse, fórmase entonces una procesión de pequeños cuencos blancos conteniendo dorado vino.

Cuando esto acontece y más todavía si es viernes, día de la semana propicio a grandes cosas, la tarde se prolonga a la noche y la noche con frecuencia se prolonga al día siguiente. Eso fue lo que sucedió.

Entre charlas y discusiones, risas y risitas, botellas de vino y combinados modernos en modernos establecimientos con aires antiguos, tan decadentes que muchas veces hacen pensar en penuria.

Los que antes eran respetables señores fueron perdiendo compostura. El alcohol, líquido sabio, fue mostrándoles su errónea y rígida actitud, deformación profesional de sus trabajos.

A horas muy avanzadas, casi cerca de la madrugada, alguien sentenció: “El auténtico bohemio nunca se acuesta antes de las siete de la mañana”. Otro asintió diciendo: “El auténtico libertino nunca se acuesta hasta después de comer”.

“Comeremos entonces”, respondí. “Os haré una comida mezcla de bohemia y libertina, llena de emoción, de encanto y de placer. La compañía lo merece. Ya que no podemos volvernos atrás, brindamos con estas copas las venturas y placeres que nos aguardan”.

Como se pudo subimos en automóvil, indiqué una dirección, las afueras de la ciudad, luego maticé, “buscad una casa con corral”.

Una vez ante ella, hice bajar a todos sin excepción, del automóvil, con sigilo penetramos en el corral, las aves revoloteaban y cacareaban, se armaba un revoltijo de mil demonios. Cada cual como pudo volvió al coche que raudo y zigzagueante tomó camino de la ciudad.

Media cantidad de alcohol se disipó de nuestras cabezas, pero el botín valía la pena, cinco hermosos y gordos pollos estaban en nuestros poder sesis éramos nosotros.

En un bar del mercado se recuperó con creces aquella cantidad de alcohol tan tontamente perdida. Mientras tanto yo negociaba uno de los pollos con un carnicero. El dinero de la venta dio para comprar zanahoria, ajos, cebollas, patatas, perejil y cerveza. Clavo y aceite tenía en mi casa. Les iba a preparar “un pollo de corral a la cerveza”.

Hice matar, sangrar, desplumar, quemar, limpiar y trocear los cuatro pollos en una carnicería de cuya discreción confiaba.

Con todo ello y con todos ellos, juntos con una buena provisión de excelente Amandi, nos dirijimos a mi casa, que, como la casa de Dios, siempre esta abierta a los arrepentidos, a los cansados de llevar vida virtuosa. Una vez en la cocina, piqué los ajos, piqué algo de perejil que, todo ello junto con sal, machaqué ligeramente en el mortero, le eché un poco de aceite y unté los pollos, dejándolos en esa condición mientras bebía un par de vasos de buen vino. Volví a la cocina, pasé ligeramente por la sartén los trozos de pollo que, amorosamente, iba poniendo luego en una olla, por ser éste el recipiente mayor que tenía, luego cubrí todo con cerveza poniéndolo seguidamente al fuego. Cuando hervía le eché la zanahoria, un poco de clavo y dos o tres cebollas partidas en dos mitades, esperé que hirviese a fuego lento y dejé la cosa así, el amor de la lumbre.

Se hablaba sobre el placer en la sociedad futura. Partíamos de una buena base, el vino de Amandi, ¡qué rico es el vino de Amandi! Su nombre se encaracolea en los labios ¡Amandi! ¡Amandi!.

Cuando casi estaba el pollo en su punto, (sabido es que introduciendo un palillo en la carne, se conoce si está dura o está blanda) cogí unas patatas que previamente había pelado, y con agua, sal y dos hojitas de laurel las puse al fuego.

Poco tiempo después estaban en su punto las patatas, el pollo y la salsa. Tiré el agua de las patatas, echando sobre ellas la salsa del pollo, tapé la cacerola y removí. Todo a punto, llevé a la mesa el riquísimo “pollo de corral a la cerveza”.

Hasta aquí les he contado lo perteneciente al mundo de la bohemia, de aquí en adelante nos adentramos en el mundo libertino y hay cosas que no pueden contarse.

Postdata:

Era universitario veinteañero, pero no era idiota, no estúpido, ni mis padres me habían malcriado.

Al primeros de mes al recibir mi mensualidad familiar me hice llevar en compañía de un amigo a la casa que había sufrido el asalto, un campesino entrado en años me recibió, expliqué el motivo de la visita y que venía a abonarle, en nombre de un amigo sinceramente arrepentido, los perjuicios que había causado unas semanas antes.

El hombre, de mirada inteligente supo al instante que yo era quien había cometido aquella falta, conmovido por mi gesto, dijo -¡El mal ya está hecho!. A mi vez le respondí, -¡A lo hecho pecho!, le rogaría que admitiese este dinero, es varias veces el valor de las aves, pero muy poco por lo cometido.

Dudó, finalmente se decidió a cogerme el dinero –La lección con sangre entra, es como los han educado. Es usted universitario por lo que parece, recuerde lo que voy a decirle ¡El buen estudiante, por lo menos una vez en la cárcel! Por cuestiones políticas se entiende, no por estúpidas gamberradas.

En el coche, mi compañero me espetó –te has pasado dándole tanto dinero. A lo que respondí –Tú estudias leyes y tengo por seguro que serás un buen abogado, pero jamás sabrás diferenciar entre lo que es legal y lo que es justo.

lunes, 11 de abril de 2011

-Santiago y el Estudiante Rebelde-


“Si queréis realizar sintéticamente una revolución estudiantil en vuestro laboratorio, poned en práctica las siguientes instrucciones: tomar un millar de estudiantes de sociología y ciencias humanas y obligadles a escuchar lecciones en incomodas clases. Decidles que aunque lograsen pasar el obstáculo de los exámenes, no habría trabajo para ellos. Rodeadles de una sociedad que no pone en práctica lo que predica y que está gobernada por partidos que no comparten las ideas de los estudiantes. Decidles que reflexionen sobre lo que no marcha bien en su sociedad y que propongan remedios.
Apenas se muestren suficientemente interesados en el problema, haced entrar a la policía para que les golpee y les arrastre afuera, y luego presentaros en el lugar de los enfrentamientos manifestando una actitud de sorpresa y de confusión”.

El miedo al ridículo, el miedo a hablar en público, era aprovechado por los líderes políticos eficazmente, si alguno rompía su silencio, su voz nerviosa, su parca argumentación por la poca costumbre de hablar en público, era aplastada de inmediato con la más burda demagogia por afiliados de partidos políticos. Había que pertenecer a algo, las consignas eran la base y techo de la asamblea. No pensar políticamente, no pertenecer a partidos, no estaba bien visto. Tan solo un pequeño grupo de jóvenes anarcos, partidarios de la Utopía, impregnadas sus mentes de lecturas de pensadores del XIX, se enfrentaban abiertamente en las asambleas, para regocijo del estudiantado común que veía en ellos y en su impotencia, un reflejo de sí mismos. Cada vez que hablaban, las consignas publicitarias de los partidos eran sacudidas, los políticos les acusaban de boicoteadores y violentos.

Los políticos llamaban también al resto de los estudiantes “compañeros atrasados”. A su vez la institución académica llamaba agitadores a los políticos.

 AÑO 1975

En esta situación se llegó al año 1975, en ese año la policía realizó brutales cargas sobre el estudiante, como consumados profesionales de la violencia. El estudiante en respuesta a estos hechos, se encerró en la vetusta facultad de económicas, la antigua Fonseca, edificio este viejísimo y medio destartalado, pero de un romanticismo y encanto que no tiene comparación con las nuevas granjas que han construido para esta facultad.

La policía cercó el edificio; y durante dos días no permitió ni la entrada ni la salida de nadie.

A los dos días se fueron los grises (nombre popular dado a la policía por su traje), entonces en lugar de encierro, como los partidos pretendían, aquello se tornó en toma de facultad.

El estudiante tomaba lo que era suyo, los líderes de los partidos y sus afiliados quisieron acabar aquella situación dando por finalizado el encierro. Les fue aceptado, pero había un error, allí había gente que no estaba encerrada sino que había tomado la facultad por iniciativa propia. Los partidos se fueron con casi todos sus afiliados, al irse desapareció el dinero que se había recolectado, dinero que era de todos y, para los que allí estaban.

Un día se pintaron las paredes de las aulas con frases y dibujos, ¡nunca tan hermoso decorado tuvo facultad alguna!.

Dos días más tarde los políticos volvieron y quisieron casi por la fuerza, quién sabe por qué extrañas razones, desalojar a la gente que allí estaba, no lo consiguieron. Esa fue su gran derrota, a partir de ahí comenzaría su paulatina decadencia.

Un hermoso día, muy de mañana, apenas despertado el Alba, los estudiantes ojerosos de no dormir, con algo de hambre y mucho de cansancio abandonaron el edificio.

Al día siguiente los partidos con sus secuaces, voluntariamente borraron y blanquearon las paredes, en un arranque de fervoroso civismo, de ciega sumisión a la institución académica, se creían culpables, por lo que no habían hecho.

De ahí fue de donde vino la famosa frase “P.C. y M.C. limpian más blanco”. Una vez más volvían las antiguas diferencias históricas entre marxistas y anarquistas, los primeros partidarios de la manifestación, los segundos de la huelga y del compromiso individual.

Pero el germen quedó sembrado, unos años más tarde en 1979 dio su fruto.

AÑO 1979

En este año, en las universidades españolas se discutía la LAU (Ley de la Autonomía Universitaria).

En Santiago se condimentarón las discusiones, con algún problema, que en particular tenían los matriculados en medicina. Pero las causas de lo que después vendría fueron en realidad otras.

Las instituciones académica junto con sus profesores y catedráticos llevaban dos años, sometiendo al estudiante a una ignominiosa mansedumbre, exigían la memorización ciega de los ridículos apuntes dados en clase.

El nivel de preparación de exámenes había aumentado por los nuevos estudiantes llegados del bachillerato, con una mentalidad más pragmática y carente de utopías. Ello chocaba con la formación humanística de los estudiantes más avanzados.

Añadiremos a esto, que algunos profesores reacios al gobierno franquista, se hicieron con la venida de la democracia política, afiliados o simpatizantes de partidos legalizados de la llamada izquierda. Ello les daba un nuevo careto, les proporcionaba nuevas disculpas, ahora podían hablar de ciencia; de universidad científica y objetiva, les proporcionaba mayor solidez en su pequeño feudo del que era dueño y señor, de los destinos de sus alumnos. Fue una época dorada para el profesorado, nunca estuvo ni tan orondo ni tan seguro de sí mismo.

Todo esto, junto la LAU y el conflicto de medicina, hizo despertar la sangre dormida de la juventud, que tímidamente al principio, empezó a dar vida a un cerebro y a una mente perezosa y anulada por el continuo y sistemático bombardeo de apuntes y por la insulsa pesadez de las clases impartidas por profesores de dudosos conocimientos.

El estudiante vivía hacinado en pisos, sometido a la especulación de los alquileres de las inmobiliarias, particulares y pisoteantes.

El estudiante además, estaba cansado a los veinte años, de vivir de forma estúpidamente aburrida, una vida que se le antojaba que podría ser hermosa si fuese vivida de otra manera.

Sin darse cuenta comenzó a pensar en la utopía, comenzó a pensar en lo imposible, comenzó a soñar, su mente rompió las viejas cadenas que la sujetaban, y estalló en una explosión de ilusiones y de vida que hicieron de esta universidad el centro de atracción de todo el resto de las universidades españolas.

Por aquel tiempo las fuerzas encargadas de mantener el orden establecido (grises), cambiaron de uniforme por un diseño de moda más deportivo, más dinámico (marrón), tal vez en un intento de borrar una fea y desprestigiada imagen como si cambiando de ropajes se cambiase el comportamiento.

El estudiante salió a la calle gritando consignas dictadas por líderes y grupos políticos. La policía hizo su aparición, y se comportó como en los mejores tiempos del General Franco.

Fue entonces cuando se hizo popular aquello de “de Gris o de Marrón un cabrón es un cabrón” cuánta más dureza empleaba la policía, más entusiasmo y más alegría tenía el estudiante, jamás se había visto fenómeno semejante. A los pocos días el estudiante perdía el miedo al ridículo y hablaba en las asambleas, rompían los esquemas de los políticos reivindicando pisos bonitos y baratitos, querían cambiar las relaciones cotidianas, criticaban la cultura, ponían en duda la enseñanza, la universidad, dudaban de todas esas verdades que durante años les obligaron a creer.

Los partidos y grupos políticos se vieron desbordados, intentaron entonces frenar y encauzar la rebelión estudiantil, todo fue inútil; de los pocos anarcos que allí había, surgieron ideas, pero pocos días después también eran desbordados, no había alternativas posibles, se quería todo, y ahora mismo.

Una sed infinita de libertad embargaba los corazones de los universitarios de Santiago de Compostela. 

Se hicieron fiestas ¡que fiestas! Se caceroleó, larga, pausada, y frenéticamente desde las ventanas de los edificios, se hicieron manifestaciones y no una al día sino muchas al día y de noche también, la policía zurraba de lo lindo, el estudiante hacía lo que podía, como es sabido los corazones nobles no utilizan, ni pistolas, ni ametralladoras, ni botes de humo, ni balas de goma disparados a bocajarro.

Respondió ante las brutales agresiones, con barricadas de coches, con hogueras, con piedras lanzadas como David las lanzaba contra Goliat.

El resultado, heridos, mandíbulas rotas y un riñón extirpado, ninguno de ellos era policía. La ciudad sentía temor, nunca había visto cosa semejante, pero cuando el ciudadano oyó decir ¡queremos pisos bonitos y baratitos! Cuando se enteró de que grupos de estudiantes habían comido en los restaurantes más caros de la ciudad, diciendo “que pague el Rector”. Cuando se enteró que habían ido a unos grandes almacenes, habían socializado bolsas de comida para una toma de facultad, perdió no sólo el temor al estudiante sino que sobre ellos volcó su simpatía y apoyo.

Por primera vez en la Universidad, la rebelión tenía un carácter festivo, tan solo los políticos tenían cara sería.

Pero la fiesta, era la alegría de la rebelión, era alegría a pesar del peligro y del miedo, y no una fiesta de verbena y ligue, como muchos han pretendido y pretenden hacer creer. Durante esos meses hubo cosas importantes, demasiado importantes para ser fiesta verbenera.

Los meses de noviembre y diciembre fueron unos meses de ensueño, no había líderes, era imposible. El estudiante en general ocupó su lugar. Los dirigentes políticos debieron meditar algo sobre este punto. No obstante hubo nombres que destacaron pero no lo suficientemente importantes como para ser nombrados, hacer mención tal vez de los componentes de la desaparecida copistería 1846, se portaron estupendamente bien esos muchachos. Se tomó la facultad de Geografía e Historia, en un intento de crear una anti-universidad, el estudiante pretendía la búsqueda de valores opuestos a los oficiales, a una sabiduría muerta, oponía un conocimiento vivo; a la competencia oponía el apoyo mutuo; a las clases magistrales con temas carentes de interés, oponía temas vivos del pasado o del futuro entroncados con el presente; al rígido silencio de las clases, oponía la participación y el debate.

Una vez más los partidos al no poder controlar estos hechos intentaron desprestigiar la anti-universidad. Las autoridades desde el más servil al catedrático al de mayor prosapia, no sabían qué pensar (nunca lo habían hecho).

Se hicieron charlas-coloquio sobre enseñanza, sobre el comportamiento humano, sobre las relaciones cotidianas, sobre el comportamiento entre la mujer y el hombre. Cada noche se proyectada una película con el consabido debate. Se hablaba, se discutía hasta el insulto y el enfado, para momentos más tarde, calmados los ánimos, estar más unidos y brindarse amistad.

Se hicieron conciertos de piano y violín, el artista sabe elegir su público cuando tiene libertad de hacerlo, en el aula abarrotada los corazones jóvenes vibraban ante las notas de Shubert, Mozart y Bach. Se comentaba al finalizar cada pieza, se pedían temas que particularmente gustaban ¡Que diferencia con las aburridas clases de música impartidas unos días antes!.

Por el día se estaba en al calle “en la guerra y en la fiesta” como se le llamaba, por la noche a elaborar nuestra cultura.

Pero también hubo momentos de desaliento.

CONCLUSIÓN

El estudiante de Santiago, tocó techo al poner en duda su condición de estudiante, sus exigencias, sus búsquedas de un mundo nuevo, sus anhelos de libertad quedaron ahí bloqueados.

Se dio cuenta que tenía que cuestionarse el ser un cuadro dirigente, renunciar a ser futuro médico, químico, profesor. No logró asumirlo, pero logró llegar a ese razonamiento con lucidez y aceptó su impotencia, pudieron más los intereses y la presión social que su romanticismo.

De todas maneras no fue una derrota, fue una gran victoria por lo fuerte de la lección.

La próxima vez, porque habrá próxima vez, y más pronto de lo que muchos creen, el techo estará más alto, mucho más alto que el del año 1979. Porque la cuestión no reside en el título profesional, la cuestión reside en la forma de aplicar los conocimientos que capacitan ese título. La cuestión reside únicamente en participar de forma activa en el sistema o de aplicar estos conocimientos para la consecución de un sistema distinto. Lo que en ese momento fue techo, que paralizó al estudiante, en el futuro ese mismo techo será la plataforma de partida.

No se debe olvidar, que el eje del estudiante universitario europeo pertenecía a la Sorbona, Coimbra y Santiago, las demás universidades tienen alumnos, no estudiantes.

Para los escépticos que dicen que una revuelta universitaria es imposible, para los que dicen que ya no hay estudiantes críticos, románticos y de corazones generosos, les doy el consejo del principio, que comprueben si no está abonada la universidad para grandes cosas y para grandes hechos.