domingo, 28 de agosto de 2011

-Ciudades de Provincias-


Las ciudades de provincias son encantadoras, encanto este que se extiende a todas las épocas del año.

En las ciudades de provincias su población no es numerosa, de una u otra manera todos se conocen, casi podría decirse que un cuarto de sus habitantes están unidos por una familiar parentela.

Por sus calles uno reconoce a la cajera del supermercado, al dependiente del comercio en el que dos días antes había comprado un par de camisas, al peluquero que esa misma mañana me realizó un clásico corte de pelo, al camarero del café, y así sucesivamente.

A las dos semanas de permanecer en una ciudad de provincias, me encuentro cómodo y a gusto, como cómodo y a gusto me encuentro en alguno de sus bonitos y vetustos cafés atendidos por sus no menos vetustos veteranos camareros, correctos, discretos y al mismo tiempo afables. En los días fríos, estos cafés son un excelente refugio para huir de las inclemencias del tiempo, y como en estas dos semanas ya he hecho conocidos y amigos, puedo sazonar varias horas de animadas conversaciones con mis nuevos contertulios. Si ellos para mi representan novedad, mayor novedad represento yo para ellos, motivo por el que me tratan con mayor deferencia.

Las jóvenes de estas ciudades son como todas las demás jóvenes, sean estas de provincias o no. A las mujeres les ocurre lo mismo. No quiero decir, entiéndaseme bien, que la mujer se a igual en todas partes, estoy diciendo que la mujer en todas partes es lo mismo.

Me atraen los edificios de los mercados de abastos con sus estructuras metálicas realizadas a menudo por ingenieros discípulos de Eiffel. En estos mercados me embarga un sentimental aire de romanticismo que sin querer extiendo a los vistosos puestos de frutas y verduras, a las pescaderías con sus brillantes y frescos peces, pregonados por las chillonas voces de las pescaderas en pugna por atraerse al cliente.

Me causa gran placer, pasear por las calles originarias de la ciudad y por sus alamedas, porque en estas ciudades en su desarrollo urbanístico han tenido en cuenta el espacio para una alameda.

Pasear por estos recintos, el romanticismo alcanza aquí su mayor grado de elevación. Sea cual sea la hora, las alamedas de provincias tienen un profundo encanto romántico.

Cuando se representa una obra teatral o se realiza un concierto, la ciudad que se encontraba sumida en una rutinaria monotonía, durante esos días revive de sus cenizas como el Ave Fénix.

La cultura, mejor expresado, el espectáculo cultural les proporciona vital energía, tal vez debido a las cenas, tapas y vinos consumidos a la finalización del evento.

Las ciudades de provincias son encantadoras, encanto que se extiende a todas las épocas del año. Pero una cosa hay que no soporto de estas ciudades, su mentalidad provinciana. En todas estas ciudades, sin excepción, existen cuatro o cinco genios por metro cuadrado. Uno es actor, aunque trabaje en un Pub; otro un genio musical, cuyo único mérito ha sido no haber nunca actuado; otro un pintor engreído que ha expuesto en el local de alguna asociación de barrio; otro construye marionetas superando su arte a los italianos, otro ha escrito un libro que nadie ha visto, pero no obstante ha publicado un artículo en el periódico local, otros son poetas, escultores, refinados diletantes u hombres de consumada cultura de café, acreditada por su actividad de profesor en institutos de enseñanza media.

Prolongaría mi estancia en ciudades de provincias, si no fuese por esta mentalidad aburridamente provinciana.

No hay comentarios: