sábado, 3 de diciembre de 2011

¡Votad, Votad, Malditos!

A pesar del derecho que graciosamente me ha concedido el Estado, para utilizar las urnas y participar durante un segundo activamente en la sociedad democrática, no he votado y creo que nunca lo haré.

¿Cómo es que no vota? ¿Seguro que es usted un peligroso anarquista disolvente de las instituciones? Preguntará alguno tan cerrado de mente que por tenerla tan cerrada ni le ha entrado ni le ha salido idea alguna.

Señor cerrado de mente, no soy ni peligroso, ni disolvente de nada.  En lo de anarquista, si entendemos por anarquismo al ideal humano de armonía individual con el resto de los individuos que componen la sociedad, y que este individuo carente de egoísmo se entregue a sus semejantes para facilitar su desarrollo físico, mental y espiritual. Debo reconocer con gran tristeza por mi parte, que no soy anarquista, pero sin tristeza alguna, también reconozco que cada día, cada hora de mi vida que pasa, me acerco un poco más a ese ideal.

Pero si usted entiende lo que por anarquismo le hace entender el Estado, pues mire usted, tampoco lo soy. Simplemente no voto.

No crean que no voto por caprichoso resentimiento, ni por hacerme políticamente original, ni por ir contrariamente del resto de la bien pensante ciudadanía. 

Tampoco crean que no voto por rechazar lo que del Estado venga, porque del Estado vienen otras cosas que no rechazo.

Tampoco crean que no voto porque no conozca personalmente a los candidatos al gobierno, ni porque no conozca ni sepa absolutamente nada de los ministros que habrán de formar su gabinete, ni porque no conozca nada tampoco de sus asesores y colaboradores.

Tampoco crean que la razón de que no vote, sea que opine que los candidatos a los puestos políticos, los considere zafios, incultos e ignorantes.

Tampoco crean que no voto porque al pertenecer a un partido me hago por lo tanto partidista o partidario y consecuentemente me creo enemigos.

Tampoco crean que no voto porque los partidos que no estén instalados en el gobierno, es decir, en la oposición, en lugar de colaborar en la gestión gubernamental, la dificultan de las maneras más marrulleras que pueden. 

Tampoco crean que no voto porque mi voto lo considere superior al de los millones de ciudadanos que malgastan sus vidas en estúpidos programas televisivos. Ni mucho menos porque me considere superior a otros millones de ciudadanos cuya energía mental es únicamente empleada en televisados eventos deportivos. 

Tampoco crean que no acudo a las urnas porque mi voto lo considere superior al de los millones de ciudadanos anteriormente mencionados, y a otros millones más que no han leído un libro en su vida. 

Tampoco crean que no voto porque conozca los trucos, mañas y engaños de la demagógica publicidad política. 

Tampoco crean que no voto porque ningún candidato diga en su programa electoral, que la Casa Real recibirá del Estado,  emolumentos que no superarán el salario base del ciudadano. 

Tampoco crean que no voto porque ningún candidato haya mencionado en su programa electoral que el presidente, ministros, colaboradores y asesores cobrarán emolumentos que no habían de superar el salario base.

Tampoco crean que no voto porque ninguno de ellos lleve en su programa algo que prohiba a todo excargo de gobierno pertenecer al consejo de administración de entidades bancarias, empresas privadas o públicas, nacionales o extranjeras durante al menos diez años después de haber finalizado sus legislaturas. 

Tampoco crean que no voto porque ningún candidato diga en su programa que al menos durante diez años no les permitan a los exgobernantes recibir acciones liberadas de empresas, ni compra de estas, soterradas y a bajo coste. 

Tampoco crean que no voto porque a los gobernantes y exgobernantes no se les hace, a ellos y a sus familiares, una exhaustivo seguimiento económico durante los diez años siguientes a sus mandatos.

Tampoco crean que no voto, porque no crea que la democracia actual, heredada de la democracia platónica y aristotélica sean todas igualmente nefastas y basadas en falsas proposiciones silogísticas.

He aquí uno: “Los apóstoles eran doce, Pedro era un apóstol, entonces Pedro es doce”, que no es falso, pero tampoco es verdad. 

Solamente ejercería ese derecho que graciosamente el Estado me ha concedido, si hubiera una ley inderogable, porque no me fío, ya que quienes las hacen con la misma facilidad las anulan y deshacen. Que regulase con letra grande, sin equivoco y sin letra pequeña ni apartado ni epígrafe alguno, dijese: 

“Que todo candidato que durante su mandato no realizase lo prometido en la campaña electoral, fuese condenado sin atenuantes a largos años de prisión por estafa, engaño y robo premeditado al ciudadano, al pueblo, al país, a la nación y a la patria que tanto dice amar”. 

Entonces y sólo entonces votaría. Estoy convencido que no votaré nunca.

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