lunes, 11 de abril de 2011

-Santiago y el Estudiante Rebelde-


“Si queréis realizar sintéticamente una revolución estudiantil en vuestro laboratorio, poned en práctica las siguientes instrucciones: tomar un millar de estudiantes de sociología y ciencias humanas y obligadles a escuchar lecciones en incomodas clases. Decidles que aunque lograsen pasar el obstáculo de los exámenes, no habría trabajo para ellos. Rodeadles de una sociedad que no pone en práctica lo que predica y que está gobernada por partidos que no comparten las ideas de los estudiantes. Decidles que reflexionen sobre lo que no marcha bien en su sociedad y que propongan remedios.
Apenas se muestren suficientemente interesados en el problema, haced entrar a la policía para que les golpee y les arrastre afuera, y luego presentaros en el lugar de los enfrentamientos manifestando una actitud de sorpresa y de confusión”.

El miedo al ridículo, el miedo a hablar en público, era aprovechado por los líderes políticos eficazmente, si alguno rompía su silencio, su voz nerviosa, su parca argumentación por la poca costumbre de hablar en público, era aplastada de inmediato con la más burda demagogia por afiliados de partidos políticos. Había que pertenecer a algo, las consignas eran la base y techo de la asamblea. No pensar políticamente, no pertenecer a partidos, no estaba bien visto. Tan solo un pequeño grupo de jóvenes anarcos, partidarios de la Utopía, impregnadas sus mentes de lecturas de pensadores del XIX, se enfrentaban abiertamente en las asambleas, para regocijo del estudiantado común que veía en ellos y en su impotencia, un reflejo de sí mismos. Cada vez que hablaban, las consignas publicitarias de los partidos eran sacudidas, los políticos les acusaban de boicoteadores y violentos.

Los políticos llamaban también al resto de los estudiantes “compañeros atrasados”. A su vez la institución académica llamaba agitadores a los políticos.

 AÑO 1975

En esta situación se llegó al año 1975, en ese año la policía realizó brutales cargas sobre el estudiante, como consumados profesionales de la violencia. El estudiante en respuesta a estos hechos, se encerró en la vetusta facultad de económicas, la antigua Fonseca, edificio este viejísimo y medio destartalado, pero de un romanticismo y encanto que no tiene comparación con las nuevas granjas que han construido para esta facultad.

La policía cercó el edificio; y durante dos días no permitió ni la entrada ni la salida de nadie.

A los dos días se fueron los grises (nombre popular dado a la policía por su traje), entonces en lugar de encierro, como los partidos pretendían, aquello se tornó en toma de facultad.

El estudiante tomaba lo que era suyo, los líderes de los partidos y sus afiliados quisieron acabar aquella situación dando por finalizado el encierro. Les fue aceptado, pero había un error, allí había gente que no estaba encerrada sino que había tomado la facultad por iniciativa propia. Los partidos se fueron con casi todos sus afiliados, al irse desapareció el dinero que se había recolectado, dinero que era de todos y, para los que allí estaban.

Un día se pintaron las paredes de las aulas con frases y dibujos, ¡nunca tan hermoso decorado tuvo facultad alguna!.

Dos días más tarde los políticos volvieron y quisieron casi por la fuerza, quién sabe por qué extrañas razones, desalojar a la gente que allí estaba, no lo consiguieron. Esa fue su gran derrota, a partir de ahí comenzaría su paulatina decadencia.

Un hermoso día, muy de mañana, apenas despertado el Alba, los estudiantes ojerosos de no dormir, con algo de hambre y mucho de cansancio abandonaron el edificio.

Al día siguiente los partidos con sus secuaces, voluntariamente borraron y blanquearon las paredes, en un arranque de fervoroso civismo, de ciega sumisión a la institución académica, se creían culpables, por lo que no habían hecho.

De ahí fue de donde vino la famosa frase “P.C. y M.C. limpian más blanco”. Una vez más volvían las antiguas diferencias históricas entre marxistas y anarquistas, los primeros partidarios de la manifestación, los segundos de la huelga y del compromiso individual.

Pero el germen quedó sembrado, unos años más tarde en 1979 dio su fruto.

AÑO 1979

En este año, en las universidades españolas se discutía la LAU (Ley de la Autonomía Universitaria).

En Santiago se condimentarón las discusiones, con algún problema, que en particular tenían los matriculados en medicina. Pero las causas de lo que después vendría fueron en realidad otras.

Las instituciones académica junto con sus profesores y catedráticos llevaban dos años, sometiendo al estudiante a una ignominiosa mansedumbre, exigían la memorización ciega de los ridículos apuntes dados en clase.

El nivel de preparación de exámenes había aumentado por los nuevos estudiantes llegados del bachillerato, con una mentalidad más pragmática y carente de utopías. Ello chocaba con la formación humanística de los estudiantes más avanzados.

Añadiremos a esto, que algunos profesores reacios al gobierno franquista, se hicieron con la venida de la democracia política, afiliados o simpatizantes de partidos legalizados de la llamada izquierda. Ello les daba un nuevo careto, les proporcionaba nuevas disculpas, ahora podían hablar de ciencia; de universidad científica y objetiva, les proporcionaba mayor solidez en su pequeño feudo del que era dueño y señor, de los destinos de sus alumnos. Fue una época dorada para el profesorado, nunca estuvo ni tan orondo ni tan seguro de sí mismo.

Todo esto, junto la LAU y el conflicto de medicina, hizo despertar la sangre dormida de la juventud, que tímidamente al principio, empezó a dar vida a un cerebro y a una mente perezosa y anulada por el continuo y sistemático bombardeo de apuntes y por la insulsa pesadez de las clases impartidas por profesores de dudosos conocimientos.

El estudiante vivía hacinado en pisos, sometido a la especulación de los alquileres de las inmobiliarias, particulares y pisoteantes.

El estudiante además, estaba cansado a los veinte años, de vivir de forma estúpidamente aburrida, una vida que se le antojaba que podría ser hermosa si fuese vivida de otra manera.

Sin darse cuenta comenzó a pensar en la utopía, comenzó a pensar en lo imposible, comenzó a soñar, su mente rompió las viejas cadenas que la sujetaban, y estalló en una explosión de ilusiones y de vida que hicieron de esta universidad el centro de atracción de todo el resto de las universidades españolas.

Por aquel tiempo las fuerzas encargadas de mantener el orden establecido (grises), cambiaron de uniforme por un diseño de moda más deportivo, más dinámico (marrón), tal vez en un intento de borrar una fea y desprestigiada imagen como si cambiando de ropajes se cambiase el comportamiento.

El estudiante salió a la calle gritando consignas dictadas por líderes y grupos políticos. La policía hizo su aparición, y se comportó como en los mejores tiempos del General Franco.

Fue entonces cuando se hizo popular aquello de “de Gris o de Marrón un cabrón es un cabrón” cuánta más dureza empleaba la policía, más entusiasmo y más alegría tenía el estudiante, jamás se había visto fenómeno semejante. A los pocos días el estudiante perdía el miedo al ridículo y hablaba en las asambleas, rompían los esquemas de los políticos reivindicando pisos bonitos y baratitos, querían cambiar las relaciones cotidianas, criticaban la cultura, ponían en duda la enseñanza, la universidad, dudaban de todas esas verdades que durante años les obligaron a creer.

Los partidos y grupos políticos se vieron desbordados, intentaron entonces frenar y encauzar la rebelión estudiantil, todo fue inútil; de los pocos anarcos que allí había, surgieron ideas, pero pocos días después también eran desbordados, no había alternativas posibles, se quería todo, y ahora mismo.

Una sed infinita de libertad embargaba los corazones de los universitarios de Santiago de Compostela. 

Se hicieron fiestas ¡que fiestas! Se caceroleó, larga, pausada, y frenéticamente desde las ventanas de los edificios, se hicieron manifestaciones y no una al día sino muchas al día y de noche también, la policía zurraba de lo lindo, el estudiante hacía lo que podía, como es sabido los corazones nobles no utilizan, ni pistolas, ni ametralladoras, ni botes de humo, ni balas de goma disparados a bocajarro.

Respondió ante las brutales agresiones, con barricadas de coches, con hogueras, con piedras lanzadas como David las lanzaba contra Goliat.

El resultado, heridos, mandíbulas rotas y un riñón extirpado, ninguno de ellos era policía. La ciudad sentía temor, nunca había visto cosa semejante, pero cuando el ciudadano oyó decir ¡queremos pisos bonitos y baratitos! Cuando se enteró de que grupos de estudiantes habían comido en los restaurantes más caros de la ciudad, diciendo “que pague el Rector”. Cuando se enteró que habían ido a unos grandes almacenes, habían socializado bolsas de comida para una toma de facultad, perdió no sólo el temor al estudiante sino que sobre ellos volcó su simpatía y apoyo.

Por primera vez en la Universidad, la rebelión tenía un carácter festivo, tan solo los políticos tenían cara sería.

Pero la fiesta, era la alegría de la rebelión, era alegría a pesar del peligro y del miedo, y no una fiesta de verbena y ligue, como muchos han pretendido y pretenden hacer creer. Durante esos meses hubo cosas importantes, demasiado importantes para ser fiesta verbenera.

Los meses de noviembre y diciembre fueron unos meses de ensueño, no había líderes, era imposible. El estudiante en general ocupó su lugar. Los dirigentes políticos debieron meditar algo sobre este punto. No obstante hubo nombres que destacaron pero no lo suficientemente importantes como para ser nombrados, hacer mención tal vez de los componentes de la desaparecida copistería 1846, se portaron estupendamente bien esos muchachos. Se tomó la facultad de Geografía e Historia, en un intento de crear una anti-universidad, el estudiante pretendía la búsqueda de valores opuestos a los oficiales, a una sabiduría muerta, oponía un conocimiento vivo; a la competencia oponía el apoyo mutuo; a las clases magistrales con temas carentes de interés, oponía temas vivos del pasado o del futuro entroncados con el presente; al rígido silencio de las clases, oponía la participación y el debate.

Una vez más los partidos al no poder controlar estos hechos intentaron desprestigiar la anti-universidad. Las autoridades desde el más servil al catedrático al de mayor prosapia, no sabían qué pensar (nunca lo habían hecho).

Se hicieron charlas-coloquio sobre enseñanza, sobre el comportamiento humano, sobre las relaciones cotidianas, sobre el comportamiento entre la mujer y el hombre. Cada noche se proyectada una película con el consabido debate. Se hablaba, se discutía hasta el insulto y el enfado, para momentos más tarde, calmados los ánimos, estar más unidos y brindarse amistad.

Se hicieron conciertos de piano y violín, el artista sabe elegir su público cuando tiene libertad de hacerlo, en el aula abarrotada los corazones jóvenes vibraban ante las notas de Shubert, Mozart y Bach. Se comentaba al finalizar cada pieza, se pedían temas que particularmente gustaban ¡Que diferencia con las aburridas clases de música impartidas unos días antes!.

Por el día se estaba en al calle “en la guerra y en la fiesta” como se le llamaba, por la noche a elaborar nuestra cultura.

Pero también hubo momentos de desaliento.

CONCLUSIÓN

El estudiante de Santiago, tocó techo al poner en duda su condición de estudiante, sus exigencias, sus búsquedas de un mundo nuevo, sus anhelos de libertad quedaron ahí bloqueados.

Se dio cuenta que tenía que cuestionarse el ser un cuadro dirigente, renunciar a ser futuro médico, químico, profesor. No logró asumirlo, pero logró llegar a ese razonamiento con lucidez y aceptó su impotencia, pudieron más los intereses y la presión social que su romanticismo.

De todas maneras no fue una derrota, fue una gran victoria por lo fuerte de la lección.

La próxima vez, porque habrá próxima vez, y más pronto de lo que muchos creen, el techo estará más alto, mucho más alto que el del año 1979. Porque la cuestión no reside en el título profesional, la cuestión reside en la forma de aplicar los conocimientos que capacitan ese título. La cuestión reside únicamente en participar de forma activa en el sistema o de aplicar estos conocimientos para la consecución de un sistema distinto. Lo que en ese momento fue techo, que paralizó al estudiante, en el futuro ese mismo techo será la plataforma de partida.

No se debe olvidar, que el eje del estudiante universitario europeo pertenecía a la Sorbona, Coimbra y Santiago, las demás universidades tienen alumnos, no estudiantes.

Para los escépticos que dicen que una revuelta universitaria es imposible, para los que dicen que ya no hay estudiantes críticos, románticos y de corazones generosos, les doy el consejo del principio, que comprueben si no está abonada la universidad para grandes cosas y para grandes hechos.

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