domingo, 3 de julio de 2011

-Pasaron los años y surgieron los perros-



El frío que antecede a la noche fue ocupando el lugar de la suave temperatura del día, la luz todavía tenía algunas horas de reinado. Los hombres eligieron aquel lugar como el más indicado para instalar el campamento. En poco tiempo todo quedó preparado y el fuego, hecho prontamente por manos hábiles, encendió las hogueras.

Comieron restos de comida del día anterior, hoy la caza no había sido buena. Huesos y desperdicios de comida eran arrojados al suelo, para que chacales y lobos que seguían al grupo tuviesen algo que comer. El ciclo de la vida les era perfectamente conocido, de este ciclo vital dependían, los respetaban y procuraban no romperlo jamás.

Así pasaron los años y las generaciones fueron sucediéndose, pasándose una a otras sus experiencias, sus temores, sus alegrías, sus miedos, sus conocimientos, sus invenciones y mitos.

Y siglos más tarde, milenios tal vez, en el mismo lugar o en lugares distintos, los hombres decidieron acampar ante la proximidad de la noche, con ella llegaría la oscuridad, con ella aparecerían los miedos reales, y los ficticios, surgiría lo desconocido a través de la negrura. Un lobo, tal vez un tigre, o surgirían los dioses malos que se burlan y se ríen de los hombres ahogándolos en dolores infinitos.

Los cuerpos tumbados, dormidas las mentes, los músculos agotados son fortalecidos en un sueño reparador. Y esta noche, como muchas noches pasadas los aullidos y el espanto de los chacales despertaron al grupo que armado, intentará alejar a algún tigre que se acercó demasiado al campamento. Los hombres conocían los aullidos del chacal, los que acaban de oir eran de temor y peligro.

LA CAZA

Otro día, una parte de la tribu fue a la caza del ciervo, toda la mañana siguieron sus pistas. Inexplicablemente ahora habían perdido sus huellas, el animal sintiéndose en peligro, utilizó una perfecta salida. Caminó hacia atrás largo trecho, semejando que caminaba hacia delante para luego correr velozmente por un lado y ocultarse en el bosque.

Los hombres no se explicaban como podían desaparecer las huellas de repente, como podía desaparecer todo vestigio del animal. Los chacales, inseparables seguidores de los hombres, comenzaron a oler y a correr sobre sus propios pasos lanzando aullidos de excitación y cacería. Husmeando seguían las huellas que poco antes habían abandonado, los hombres por primera vez, fueron ellos los que siguieron al chacal y no el chacal al hombre. Los chacales dieron con el rastro verdadero, dándose cuenta del engaño que los ciervos astutamente habían urdido. El hombre supo entonces que el chacal podía ser un buen compañero de caza.

EL PERRO

Años más tarde, tal vez generaciones, uno de los hombres trajo como regalo a sus hijos un cachorrillo de chacal. Para que no escapase lo sujetó a la puerta de la tienda, alimentado y entre caricias y juegos de los niños, el chacal crecía. Con los meses el chacal se hizo fuerte, saludaba amistosamente a los conocidos, gruñendo y siendo agresivo con extraños. El hombre comprendió que tenía entonces un fiel compañero que defendía a los suyos de posibles peligros.

Más crías de chacal fueron entonces criadas en poblados y campamentos, crías que, al hacerse adultos, no sólo defendían el campamento sino que por imitación, costumbre y adiestramiento, ayudaban al hombre en la caza.

Algunos hombres cruzaron chacales con lobos, y de sus crías surgió la raza de los llamados perros lobos procediendo del chacal “canis aureo”, el perro.

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