viernes, 23 de septiembre de 2011

-La vergüenza de los Trofeos-


Hay personas que han pasado buena parte de su vida coleccionando trofeos que colocados en un estante admiran hasta el fin de sus días. Las personas trofeísticas viven a través de estos objetos, en ellos han realizado la transferencia de sus ilusiones, anhelos y virtudes, pero sobre todas ellas, han puesto algo inconsciente, sus frustraciones.

Estas frustraciones no han sido resueltas pero sí aparentemente superadas con los trofeos. Retirarles estos objetos, es materialmente retirarle la vida, espiritualmente no, porque del espíritu no se han enterado que lo poseían, quedando esa parte de su ser atrofiada como un inútil apéndice.

Hay personas que coleccionan trofeos deportivos y atléticos, otros de negocios, otros de asistencia a congresos de fin de semana, otros coleccionan al ser humano como trofeos, presumiendo de haber mantenido intimas relaciones con muchas señoras y las señoras con muchos señores, incluso a la vez, como si de una partida ajedrecística simultanea se tratase. Hay quien tiene como trofeos el haber asesinado, condenado o ajusticiado más personas. La lista podría ser tan interminable como abominable, pero sobre todos estos coleccionistas existen entre las autoridades docentes una alta proporción de peculiares buscadores de trofeos.

Trofeos de numerosos alumnos aprobados, sería lo más lógico, pero en estas autoridades la lógica y la razón subsiste por debajo de sus internos conflictos sin resolver. Los trofeos son otros que los numerosos alumnos que ellos hayan suspendido en cada curso en que hubieran ejercido su autoridad.

Que esto ocurra en una autoridad policial de tráfico, tiene su lógica, multan prolífica y cuantiosamente a los automovilistas, pero la mayor parte de ellos no lo hacen por placer, ni por frustración, ni por conflictos internos, es su obligación con respecto a la orden recibida. Cada uno de ustedes deben conseguir tal número de infracciones –les dicen-, lo que supone para las arcas del estado un cuantioso ingreso.

Pero estas autoridades de tráfico, individualmente se avergüenzan de multar y presumen entre sus familiares de ser generosos y de hacerlo lo menos posible. Saben que no está bien, pero es necesario, además están obligados. Qué diferencia con las autoridades docentes, saben que no está bien y que no es necesario, pero lo hacen y además no están obligados a hacerlo.

Pocas son las autoridades docentes que hablan con afecto de sus alumnos, a veces pienso si tienen o han tenido afecto por sus propios hijos y ven en en sus jóvenes alumnos la insoportable imagen de sus hijos y destilando desprecio y rabia se ensañan con sus exámenes, tu por los acentos, tú por la puntuación, tú por excesiva extensión, tú por la falta de ella, tú porque yo no lo expliqué así, tú porque no te has portado bien, tú porque sí, tú porque me da la gana, tú porque eres atractiva y despiertas mi dormido deseo si es hombre y a la inversa si es mujer.

El suspender alumnos les produce durante un efímero tiempo seguridad en sí mismos, y como la sensación es efímera deben repetir la hazaña de conseguir similares trofeos el curso siguiente.

Cualquier otro profesional considera como trofeos a sus éxitos, porque estos han sido conseguidos con esfuerzo e implicación personal por su parte, sus rostros brillan de satisfacción y se sienten orgullosos de la actividad bien realizada. En las autoridades docentes sienten orgullo curso tras curso de su fracaso profesional, despreciando al oscuro profesor de academia que hace entender a su propio alumno la materia, que meses más tarde conseguirá aprobar.

Hay personas que pasan buena parte de su vida coleccionando trofeos, en muchas de estas personas esos trofeos tienen mucho más de feos fracasos que de trofeos.

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