viernes, 15 de octubre de 2010

-El Porqué de la Utopía-


Utopía fue un término creado por Tomás Moro, en el siglo XV, para designar una república de gobierno ideal.

Su traducción “lugar que no existe” vino deformándose a través de los siglos hasta entenderse por utopía algo ilusorio e imposible de realizar.

Cuando se le llama utópico a una persona se quiere indicar con ello que dice cosas sin sentido, que no se atiene a la realidad que le rodea.

Denominar utópica una idea o un proyecto es pensar y decir de él que es irrealizable, que es un sueño, que es una locura.

Platón, en su República, imaginó un gobierno políticamente adaptado a su tiempo y, en cierta manera, hizo utopía. Estructuró una república según las necesidades de la ciudad y según las necesidades políticas de sus ciudadanos libres. Elaboró para ello una división de funciones y clases sociales.

Sócrates, maestro de Platón y de la juventud griega, pasó su vida buscando la utopía, interrogando constantemente a los políticos de la ciudad, sobre el gobierno, sobre el comportamiento del hombre y sobre las leyes. Interrogaba a los filósofos y a los sofistas (profesionales de la enseñanza y de la retórica) sobre la esencia del hombre y sobre la naturaleza humana. También a los artistas acosaba Sócrates a preguntas sobre el arte y su sentido. Sócrates aunque viejo no se avergonzaba de su ignorancia: “Sólo sé, que no sé nada” decía, y preguntaba, una y otra vez, sin obtener respuestas. Sus discípulos aprendían de él la forma de interrogar, de dudar y de pensar.

Sócrates, maestro de filósofos, fue ridiculizado por literatos y llevado a juicio acusado de banalidades de las que, por ser banalidades, era imposible defenderse y le hicieron beber cicuta, brebaje letal. Más tarde su nombre fue escrito en letras de oro en los manuales.

En el siglo XV, Tomas Moro, autor de la “Utopía”, también es ajusticiado siéndole cortada la cabeza.

Pocos años más tarde el fraile Tomasso Campanela, autor de “La Ciudad del Sol”, por creer en la ciudad ideal y poner en duda las leyes establecidas, pasa 26 años encarcelado.

Si las utopías son irrealizables, ¿por qué tanto empeño se tiene en no permitir tentativas de realización?.

Soñadores son aquellos que, viendo los defectos de la sociedad, intentan superarlos. Soñadores son aquellos que, desando un futuro mejor para quienes los rodean, desean cambiar el presente. Soñadores son aquellos que hablan de la vida y la libertad llevando a la práctica sus ideas. El soñador es de naturaleza ingenua y entusiasta, todo él es utopía.

Jamás han sido soñadores, ni partidarios de un mundo mejor, ni defensores de la libertad y la vida, quienes han puesto en su lugar otras palabras, elevándolas a la categoría de sagradas y dogmas de fe que rigen nuestros actos.

Muchas utopías hubo en la biografía de los pueblos, en la biografía de la humanidad. Su mayor número fueron ahogadas en la represión, la violencia, el crimen y el castigo ejemplar. Los manuales están llenos de reyes victoriosos, de héroes de grandes batallas y vacíos, sin embargo, de utopías. Los sueños, los anhelos de los pueblos, no tienen cabida en esos libros ni en esas lecciones de historia.

Poco tiempo después de morir Jesús de Nazaret las gentes que habían recogido sus ideas y las ideas de sus compañeros, formaron la secta de los Apostólicos. No había entre ellos nada de propiedad particular, todo era en común; los hijos no tenían un solo padre; todos los hombres de la secta eran considerados como padres y todos los niños eran considerados como hijos por cada hombre. La mujer era madre de todos los niños.

En la Edad Media se produjeron tentativas de utopía preconizando una primitivismo religioso y una mejor distribución de la riqueza social. Los cátaros, los albigenses, fueron algunos de ellos. Una cruzada patrocinada por el Papa y la nobleza, al mando de Simón de Monfort, arrasó pueblos, ciudades, robando todo lo que encontró a su paso, asesinó a niños y mujeres, e hizo justicia decapitando y quemando vivos a hombres cuyo delito había sido el deseo de una vida mejor.

Pocos siglos más tarde. Thomas Muncer y Huss junto con sus partidarios son represaliados de tal forma y de tan cruel manera por la nobleza alemana y por el clero alemán, entre los que se encontraba Lutero, que por vergüenza los historiadores lo pasan por alto en sus libros. Todavía en el siglo XVIII en Inglaterra se formó la secta de los Adamitas, que separándose de la religión convencional, preconizaban entre otras cosas el despojarse de toda vestimenta y caminar desnudos como Adán.

Francis Bacon con “La Nueva Atlántida”, Rousseau con el “Emilio”, Voltaire, etc., etc. Han creído en la utopía.

Los autores del llamado socialismo utópico del siglo XIX idearon organizaciones sociales, políticas, urbanísticas, humanas y educativas que pudieron haberse llevado a la práctica. Hombres como Fourier, Cabet, Saint Simon, W. Goodwin, Owen, W. Morris, Proudhon han dedicado sus vidas a la búsqueda y logro de la utopía.

De utópicos y locos soñadores fueron acusados, pero curiosamente el tiempo les ha dado la razón en sus teorías urbanísticas y, hoy en día, los modelos de ciudades urbanísticamente más avanzadas están basados en sus proyectos y estudios. Claro está que la finalidad con que utilizan los estados estos proyectos es muy distinta a como quisieran los utópicos que fueran utilizados.

Aldoux Huxley en “Un mundo feliz” mostró una sociedad futura a la que en pocos años podemos llegar perfectamente.

La ciencia y las investigaciones científicas industriales y estatales han hecho avances en la medicina, la bioquímica, la psicología, la psiquiatría y la sociología que pueden convertir al hombre animal de actos libres, en animal de actos mecánicos. Ya se puede programar el cerebro de una persona y emitirle órdenes por computadora. ¿Se imaginan toda una ciudad moviéndose según las órdenes de un computador que no ocupa más dimensiones que un frigorífico familiar? Pues eso ya es factible. Se está perfeccionado y buscando el momento oportuno de ponerlo en práctica masivamente.

La organización futura será perfecta. La religión ya no será necesaria, porque un nuevo dios emitirá lo que está bien y está mal, el dirá lo que es justo y no lo es. Las leyes habrán desaparecido por innecesarias. Cada uno sabrá perfectamente lo que debe realizar cada día, cada hora, cada minuto. Nuestros sueños serán también controlados. Un hombre que sueña es un hombre peligroso. Los estados lo saben. El hombre así desprovisto de deseos, de necesidades, será un hombre feliz y un mundo así estructurado, así planificado, así perfectamente regido, será un mundo feliz. La ciencia dentro de diez años a lo sumo puede exclamar definitivamente ¡EUREKA! ¡hemos convertido al hombre en una máquina viviente!. Siga este consejo: ¡Si quiere un mundo feliz siga rascándose la nariz!.

Haré mención a la novela de George Orwel, 1984.

Orwel nos muestra como un estado es capaz de controlar todo lo que tiene bajo sí; nos muestra como todos los ciudadanos, y cada uno individualmente es controlado en sus aspectos más importantes. Que un ciudadano beba un vaso de agua o se beba dos no tiene importancia, pero que desee leer, visitar una taberna al estilo antiguo, o hacer el amor en la intimidad de una habitación del casco viejo de la ciudad, huyendo de los confortables y modernos apartamentos, es peligroso. He aquí un posible rebelde, que ya ha empezado a cuestionarse la sociedad en la que vive.

El estado lo sabe, y pone buhardillas y librerías antiguas con libros sugestivos en las partes antiguas de las ciudades, para seducir el espíritu romántico de las mentes soñadoras, para seducir al hombre utópico. Una vez que eso hacen ya están en la celada.

Hay quien dice, que lo que Orwel escribió todavía está muy lejos de suceder. Orwel narra en su libro formas de control social que, actualmente, han sido superadas varios cientos de veces.

Y más bien creo que el año 1984 real ha superado con mucho la novela de Orwel, que no fue más que un aviso, para prevenirnos de lo que nos espera si seguimos el consejo: ¡Si quiere un mundo feliz siga tocándose la nariz!.

De niño había leído una frase de Oscar Wilde que decía: “No compres jamás un atlas que no traiga el país de la utopía”.

Busqué un atlas que trajese el país de la utopía y ninguno hallé. Compré entonces un atlas y le añadí una página en blanco por si algún día tenía noticias de tal lugar.

Supe con los años que la utopía hay que buscarla y supe también que las utopías eran muchas. Tantas y tan diversas que cada espíritu humano tenía una. Eso me pareció el más hermoso de los hallazgos.

Lo que pretendo es mostrar que la utopía es la esencia del pensamiento y lo más elaborado del espíritu, que la utopía es la evolución natural e inevitable de las ideas. Cada hombre debe tener su idea, cada hombre debe tener su utopía. Una vez que se ha lanzado la idea, su puesta en práctica algún día será lograda. Es una ley natural.

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