sábado, 20 de noviembre de 2010

-El Alemán Kolosal-


Me presentaron a un alemán, nunca había conocido a ninguno. ¿Cómo es un alemán? Ni más ni menos que como me había imaginado que era, grande, kolosal, cuadrado de cuerpo y mente y bebedor de cerveza como no he visto a nadie. El alemán kolosal me comentó que España es un país de toreros, a lo que respondí que no había visto y mucho menos conocido a ninguno. Sorprendido me respondió con un tono de reproche, que España era el país de la siesta, a lo que respondí que la siesta podía definirse como el Yoga español, reponía las fuerzas para continuar el trabajo, fortalecía la mente del estudiante y el sistema nervioso de la población.

Lo que él llamaba despectivamente siesta, le indiqué, era una ancestral y sabía terapia que desgraciadamente comenzaba a perderse este sano hábito, a causa de nuestros teutónicos contactos comunitarios ¿Cómo es eso? Me dijo. Los teutones, le aclaré, no sestean, en su lugar beben cerveza, consumen ingentes cantidades de ansiolíticos y antidepresivos. En la siesta se puede sestear, dormir, descansar, reposar, relajarse y como no, hacer el amor. El país que carezca de la siesta no podrá realizar de forma natural nada de lo mencionado.

En Alemania, dormimos, practicamos yoga y hacemos el amor, me habló un tanto contrariado.

Sí, es cierto, en Alemania, duermen con un sueño calculadamente profundo, se relajan en aburridas y pesadas clases del importado yoga, y el amor lo hacen científicamente, con la frialdad y la precisión que caracteriza la raza teutónica. Es decir los días quince de cada mes a las 9.45 con veintidós grados centígrados en la habitación.

Se rió con una estentórea y kolosal carcajada alemana. Por su reacción me di cuenta que mis palabras habían dado en el centro de la diana. El teutónico ejemplar era tan terco como kolosal, e insistió de nuevo, pero en España se trabaja poco. De un trago vació la media jarra de cerveza, haciendo un gesto para que le sirviesen la siguiente.

En este punto, me sentí vencido, tuve que asentir, pero me negué a darle la razón. En España si exceptuamos a los militares, policías, guardias civiles, políticos autonómicos, políticos nacionales, funcionarios, religiosos, a los trabajadores de servicios que realizan trabajos improductivos, a los parados, a los enfermos, a los jubilados, a los estudiantes, a las amas de casa, a los actores y a los deportistas, si exceptuamos a estos pocos, todos los demás españoles trabajan y trabajan mucho, -ya lo creo que tendrán que hacerlo, respondió, con seriedad alemana no exenta de ironía, y de un trago dejó la jarra de cerveza mediada.

En Alemania hay exactamente las mismas dedicaciones que en España, añadí.

Sí, pero se trabaja de forma productiva, llegado a este punto no pude contenerme y solté un argumento de gañán.

Debo recordarle estimado alemán, que muchos emigrantes españoles trabajaron en Alemania contribuyendo en gran parte a levantar el país después de la guerra mundial.

Creí que el kolosal teutón caería bajo mi argumento como el líquido de la jarra cayó en su estómago de un solo trago, pausadamente la levantó pidiendo otra y me espetó. Es cierto esto último, hemos acogido los mejores y más productivos de sus trabajadores, porque ustedes no los querían, les estorbaban o no entendían su forma de trabajar.

Me despedí cortésmente, dejándolo vaciar de un trago la otra mitad de la jarra. Ya en la calle pensaba para mis adentros, ¡vaya baño me ha dado el teutón de las narices! Y en voz alta y sin poder reprimirme me pregunté ¿tendrán sangre alemana los pocos que trabajan bien en España?.

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