lunes, 29 de noviembre de 2010

-La Monja Alférez- (1ª parte)-


En el año 1.592, reinando en España Felipe II, nació en San Sebastián una niña, hija del capitán Don Miguel de Erauso y de Doña María Pérez de Calarraga y Arce. Se le puso el nombre de Catalina. El ser hija de hidalgo, no demasiado adinerado, fue un problema familiar pues faltando dote que aportar a la boda, Catalina quedaría sin casarse con alguien de su rango.

Su padre, pensando en el futuro, decidió ingresar a la niña cuando tenía cuatro años en un convento del que era priora una tía suya. Allí, entre monjas dominicanas, entre altos muros, rezos, rosarios, disciplina y sin juegos, sin ver jamás la calle, pasó Catalina su infancia y algo más.

Cuando tenía quince años y estaba en el último año de noviciado, riñó Catalina con una monja con la que hacía tiempo tenía roces. Ese día llegaron a las manos y la citada monja de más edad, mucho más fuerte y corpulenta, le propinó una buena paliza.

Huye del convento pocos días más tarde, de madrugada, en maitines, Catalina pidió permiso a su tía para volver a su celda diciendo que no se encontraba bien. Se dirigió a la celda de su tía, tomó allí las llaves y los cuartos que encontró, que no eran muchos, junto con aguja e hilos.

Abriendo puertas y más puertas llegó por fin a la principal. Dejó colgado el escapulario y salió. Era la primera vez que Catalina veía algo que estuviese fuera de los muros del convento, ¿qué impresiones recibiría esta muchacha a penas traspasada la puerta de entrada? ¿hacia donde iría? ¿qué temores no asaltarían a Catalina de Erauso de quince años de edad, desconocedora del mundo, de la vida y de las pasiones humanas?.

¿Qué motivos, qué impulsos internos hicieron que su espíritu tomase tan importante y osada decisión?. No lo sabremos jamás. En sus memorias nada nos cuenta ni menciona.

Del convento encaminó sus pasos a un castañar, y durante tres días, en él permaneció oculta, cosiendo cambió sus ropas de monja por las de hombre, finalmente se cortó el cabello.

Con apariencia de hombre, apariencia que no habrá de abandonar nunca, llego a Vitoria, alimentándose de hierbas que encontraba en el camino. Quiso el azar que en esta ciudad fuese acogida por un catedrático que era pariente suyo, ella le ocultó su parentesco. Por saber latín le cogió afecto el hombre, y quiso obligarla a estudiar. Cansada Catalina de que gobernasen su vida, se fue tomándole unos cuartos y ajustó el viaje a Valladolid con un arriero.

Valladolid era la corté en aquel momento. En ella se hace paje del secretario del rey, tomando por nombre Francisco de Loyola. Pero el azar hace que su padre vaya a casa del secretario, del que era amigo, aunque su padre no la reconoce. Huye Catalina ese mismo día dirigiendo sus pasos a Bilbao.

En Bilbao unos muchachos van haciéndole burla. Ella coge una piedra y la lanza con tan buena puntería que descalabra a uno de los impertinentes mozalbetes. Es cogida, y tras el pago de las costas, permanece en la cárcel un mes.

De Bilbao parte en un barco hasta San Lucas de Barrameda, y de allí, de grumete a las Indias, Punta Areya, Cartagena, Nombre de Dios y Panamá.

Aquí comienza la increíble historia de quien será conocida, años más tarde, por la Monja Alférez.

En Punta Areya participa en un combate contra una flotilla de barcos holandeses.

En la ciudad de Saña, en el Perú, una dama se enamora de ella. Por entonces era encargada de una tienda. Un día de fiesta, viendo la representación de una comedia, un caballero se le puso delante, al decirle que se apartase un poco, el caballero le respondió malamente. De ahí pasaron a echar manos uno a la espada, y Catalina a su daga.

A los pocos días el caballero paso varias veces por delante de su tienda, Catalina entendió que era desafío, cerró su tienda, fue en su busca y, con un cuchillo en sierra, para que le quedase una fea cicatriz, le corto la cara. Se entabló seguidamente una pelea de espada en la que hirió a otro hombre, como consecuencia pasó tres meses de cárcel.

Se dirigió de Saña a Trujillo, allí en otra pelea de espada da muerte a un hombre de una estocada.

Se alista en la milicia y participa en varias contiendas, de las que en algunas sale con heridas. En todas ellas tiene un comportamiento esforzado y valiente.

Participa también en puestos avanzados en las guerras contra los Aracanos. Una vez los indios les arrebatan el estandarte, repartiendo golpes mortales a derecha e izquierda, alcanza al cacique que llevaba el estandarte y le da muerte. Vuelve a abrirse paso entre los indios hasta llegar junto a sus compañeros exhausta y mal herida, un hombro atravesado por una lanza y heridas de espada en el pecho.

Por esta hazaña se le concede el título de alférez. Más tarde desempeña durante casi un año el cargo de capitán.

Catalina es tenida por sus compañeros, capitanes y gobernadores, por hombre valiente, disciplinado y de gran autoridad.

Participa también en la conquista del dorado, así como en otras muchas guerras y contiendas.

En la ciudad de Concepción va de acompañante de un duelo. La noche era tan oscura que no podían verse las caras. Siente que su amigo es herido y al ayudarlo el otro acompañante echa mano de la espada, pelean y da muerte a su contrincante. La fatalidad, que no para de perseguir a esta mujer, hace que este hombre sea su hermano.

Qué dolor no supondría para ella su hermano, capitán de milicia que hacía algún tiempo había conocido y tratado, al que supo, conteniendo su emoción, ocultarle su identidad. Supo ahogar las ansias de abrazarse a él y decirle ¡hermano, hermano! ella, que no tenía familia, que estaba sola en tierras tan lejanas, le había dado muerte.

Por causa de esto, perseguida por la justicia, huye de Concepción atravesando los Andes. Que fácil es decir, “atravesando los Andes”, montañas y más montañas, semanas y semanas de caminata, sin agua, sin comida. Dos soldados en su misma situación perecen en el intento junto con sus caballos. El esfuerzo y las penurias consumen aquellos cuerpos que apenas tienen carne, no son más que pellejo y huesos. El frío congela aquellos dos hombres fuertes y acostumbrados a la vida más dura.

Catalina, sola, exhausta, medio muerta de cansancio, de hambre y de sed, es recogida y llevada a una hacienda cerca de al ciudad de Tucumán.

La dueña una viuda y rica hacendada, le propone casarle con su hija, una negra muy fea a juicio de Catalina. Al mismo tiempo un canónigo le propone casarse con su sobrina que aportará una importante dote al matrimonio.

Catalina huye dejando ambas enamoradas mujeres y ambos compromisos.

Gustaba Catalania enamorar a las mujeres, ¿tal vez para afirmarse como hombre, o abría algo de atracción personal?. En sus memorias no hay mención salvo en un momento en que, siendo muy jovencita, tiene apoyada la cabeza en las faldas de una joven mientras le acaricia las piernas.

Era Catalina muy aficionada al juego. En ello solía perder cantidades considerables de dinero y por el juego tuvo muchos lances violentos, en los que ocurrieron muertes y se vió envuelta en procesos y huidas.

Cierto día, paseando por una calle, desde una ventana una mujer le pidió protección y ayuda, la mujer se arrojó materialmente sobre ella y su caballo...

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