domingo, 5 de diciembre de 2010

-La Monja Alferez- (2ª parte)-


Su marido había dado muerte a su amante y ahora quería hacer lo mismo con ella, la subió a ancas de su mula, y sin pararse se dirigió a la Plata, donde la entregó a su madre en un convento del que era abadesa. En esto aparece el marido, que espada en mano arremete contra ella, debía ser muy diestro en su manejo porque la hiere en el pecho dos veces, con la trifulca penetran en una iglesia a golpes de espada hasta el altar, ella le para un golpe de espada y con su daga le introduce un palmo de acero en sus costillas. Acude gente, y una vez más la separan de las muchas peleas que ha sostenido, muchas de ellas buscadas y otras muchas no evitadas. En la ciudad de la Paz mata a un criado del corregidor hundiéndole la daga en el corazón, el motivo, una discusión y sin conocerse más que unos minutos antes, hombre muerto. Ella estuvo a punto de serlo días después al ser condenada, pero el azar que tantas veces acudió en su ayuda, la libertó una vez más.

Participa en una batalla de cinco bajeles españoles contra ocho holandeses en el Callao, la nave Almiranta es hundida, mueren ahogados toda la tripulación, excepto ella,  dos soldados y un franciscano, que son recogidos por los holandeses.

En Cuzco, jugando una partida de cartas se le arrimó uno llamado el Cid, que ha decir de ella, era un hombre moreno, velloso, muy alto y fuerte, que con la presencia espantaba. Al ganar Catalina una mano, él entró con la suya en el dinero cogiéndole parte. Cuando vuelve Catalina a ganar, el Cid le coge parte de él. La tercera vez que lo intenta, Catalina ya preparada, le clava la daga en la mano llegando la hoja a la mesa. Todos echan mano de la espada, son cinco contra ella, en la calle la ayudan dos vizcaínos, el Cid, que estaba protegido por una cota de maya la atraviesa con la daga por la espalda, ella cae herida de muerte, la abandonan y todos se van. Catalina ensangrentada se levanta, ve al Cid sólo, va hacia él, él va hacia ella espada en mano con la sorpresa de verla todavía viva. El Cid le tira una estocada que Catalina para, a la vez que ella le tira otra que introduce hasta la empuñadura por la boca del estómago, expirando el Cid poco después.

Tan malherida se encontraba Catalina que la creen morir, en un convento es atendida, allí en confesión declara su estado de mujer, el fraile admirado, mantiene el secreto y milagrosamente una vez más sale de ese trance de muerte.

Recuperada, meses después, sale con grandes precauciones de Cuzco, no siéndole suficiente las precauciones tomadas, debe abrirse paso a pistoletazos y cuchilladas, abatiendo a uno de los amigos del Cid y oficial de justicia. Poco tiempo después al querer ser detenida por un alguacil y su ayudante, descerraja un tiro sobre el alguacil y de una estocada hunde la hoja de su espada en el ayudante.

En la ciudad de Guamanga, en una casa de juego, tiene otro altercado que continua en la calle, con el ruido y las voces salen de casa del obispo, el corregidor y el obispo con criados. El corregidor quería prenderla, pero el obispo se opone, la lleva a su casa y la cura de una herida. La personalidad bondadosa del obispo la impresiona de tal manera que ella misma cuenta “viéndolo tan santo varón, parecíame estar ya en la presencia de Dios, descúbrome y dígole: Señor, todo esto que he referido a V.S. Ilustrísima no es así, la verdad es ésta. Que soy mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y fulana, que me entraron de tal edad en tal convento, con fulana mi tía, que allí me crié, que tomé el hábito y tuve noviciado, que estando para profesar, por tal ocasión me salí, que me fui a tal parte, me corté el cabello, partí allí y acullá, me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, …, correteé, hasta venir a para, en lo presente y a los pies de su señoría ilustrísima”.

El bondadoso obispo, que así debía serlo para impresionar a un carácter como el de Catalina, tan bondadoso como el que siglos más tarde Víctor Hugo describe en los Miserables, aquél obispo que impresiona al impresionable Jean Valjean. El obispo la escucha en silencio y sin pestañear, pero su rostro se encuentra mojado, está llorando a lágrima viva.

Le propone el obispo que entrase en el convento de monjas de Santa Clara, en el recorrido toda la ciudad acude curiosa para verla.

Cerca de tres años permaneció en diversos conventos a la espera de los papeles y órdenes de España, que atestiguaron de cómo no era ni había sido monja profesa, con lo cual se le permitió salir del convento, poniéndose camino para España. En la travesía de la nave Capitana en que viajaba, era muy bien tratada por el general, hasta que por las Bahamas en una partida de cartas le dió a otro jugador con un cuchillo unos cortes en la cara, de lo que resultarón inconvenientes y la destinaron a otra nave hasta que desembarcaron en Cádiz en el mes de noviembre de 1624. Allí conoció a dos de sus hermanos que servían muy cerca del general de la armada en Cádiz.

Después de varias peripecias el Consejo de Indias le concede una renta de por vida, por los servicios prestados en la milicia.

Va a Roma y el papa Urbano VIII la escucha, entusiasmado, la curia la agasaja, uno de ellos, el cardenal Magalón le dice, que no tenía más falta que ser español. A lo cual Catalina con su genio pronto y a flor de piel responde con cortesía pero con mirada amenazante: “A mí me parece, señor, debajo de la corrección que se debe a vuestra señoría ilustrísima, que no tengo otra cosa buena”.

En Roma permaneció durante mes y medio, conocida, famosa y agasajada, no cuenta que frecuentó las casas de juegos, no lo cuenta porque no debió de ocurrir ningún incidente violento que destacar.

Pero allí por donde pasaba la gresca era la estela que su persona dejaba.

De Roma de dirige a Nápoles, un día paseando por el muelle, dos muchachas que hablaban con mozos, se rieron y una de ellas le dice: “Señora Catalina ¿adónde se camina?. Catalina se para, se da la vuelta y desafiante, le responde al grupo: “Señoras putas, a darles a ustedes cien pescozones y cien cuchilladas a quien las quiera defender”. Callaron y se fueron con paso apurado.

Catalina siempre vestida de hombre, se trasladó a Méjico dedicándose allí a la arriería con una recua de mulas, que conducía con unos indios, transportando mercancías a diferentes lugares, siendo tenida en Veracruz por hombre de mucho corazón y gran destreza, traía espada y daga con guarniciones de plata y que por entonces, según dejó escrito el capuchino Fray Diego de Sevillas, “tendrá sobre cincuenta años, de buen cuerpo, no pocas carnes, color trigüeño, con algunos pelillos en el bigote”.

Catalina de Erauso, la monja alférez en el año 1650 enferma y muere a los cincuenta y ocho años de edad en el camino a Veracruz. Se le hace un suntuoso entierro, poniéndolsele en el sepulcro un honroso epitafio.
Después de tantas heroínas de pacotilla en los films americanos, mezcla de caricaturas orientales con la violencia USA, después de tantas heroínas de dibujos, todas ellas con espadas y posturas manga, que excitan, tanto unas como otras, a los muchachos, sin satisfacerlos, y mostrando a las muchachas un mundo irreal.

Muestro aquí, un esbozo de biografía real y que por su riqueza de acontecimientos, parece irreal.

No alcanzo a comprender cómo no se ha realizado una serie de televisión o algún otro film, siguiendo la estela del realizado por el director mejicano, Emilio Gómez Muriel en el año 1943, sobre la increíble vida de esta mujer, mediaticamente bien tratado daría mucho, pero que mucho de sí.

Tal vez porque las cosas MADE IN SPAIN no interesan a nadie, interesándole solamente a nadie las cosas made in USA.

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