domingo, 5 de septiembre de 2010

-El Camino a San Andrés de Teixido-


Decidí caminar hasta la pequeña iglesia de San Andrés de Teixido desde Santiago de Compostela. Por aquello de: “A San Andrés de Teixido vai de morto quen non foi de vivo” y no por aquello de “A San Andrés foron dous e veñen tres” según reza la picaresca.

Con mi compañera desandamos el camino inglés de Santiago a Xubia. Este tramo de Santiago a Xubia fue agotador físico y mental, toda una auténtica puesta a prueba de paciencia y tesón.

La señalización estaba pensada únicamente en la dirección a Santiago, capital administrativa de Galicia y religiosa también, a la inversa ni una sola señalización indicativa.

El primer día de camino después de muchas vueltas finalizamos en Órdes, pero los últimos quinientos metros fueron los peores quinientos metros que he tenido que caminar en mi vida. Nos sentamos en un banco, el rostro de mi compañera mostraba, rabia, odio, desesperación y agotamiento, sus ojos a punto de humedecerse.

Un buen masaje en sus piernas y pies, unas monadas con frases de amoroso ánimo y logro ponerse en marcha de nuevo. Por mi parte yo quería gritar como Rambo ¡No siento las piernas! Y añadir ¡No siento el cuello por la puta mochila!.

Pero cuando uno va de machote, como un machote aguanta y se dedica a la mujer que uno lleva al lado y si no se está a la altura, me quedo en ese mini artificial y seguro paraíso que llamamos casa.

¿Cuánto anduvimos?, no lo sé, lo que sí sé, es que nos perdimos varias veces con sus rodeos respectivos.

A la mañana siguiente después de un sueño reparador iniciamos la segunda jornada, esta vez más corta pero con otro tanto de lo mismo, es decir, con poca distancia caminada pero con muchos kilómetros andados.

En esta segunda jornada, a la mitad del camino “no corté limones redondos, que los fui tirando al agua hasta que la puse de oro”, como hizo el Camborio en el poema de Lorca. A la mitad del camino saludamos a tres peregrinas que se dirigían a Santiago, a dónde sino iban a ir. Una de ellas me preguntó si tenía un tomate. Ante nuestra perplejidad añade, es que nos apetecía un tomate.

Minutos después se me ocurrían cincuenta ingeniosas estupideces o cincuenta estupideces ingeniosas que responderle. Pero en ese momento es como si alcanzase el satori, mi mente quedó en blanco, en vacío total. Reanudamos el camino, pocos instantes después solté un sonoro exabrupto con el que mi compañera rió un buen rato.

Perderse y vuelta a encontrar la dirección adecuada, preguntar en las casas cuando las había, al automóvil que por casualidad pasase, esperar a que viniese algún peregrino por el dichoso cauce. Que cantidad de energía mental perdida, era una atención constante mental; comenzar la jornada a las nueve de la mañana y a las nueve de la noche haber caminado quince kilómetros en total, desesperante.

Pero íbamos a la contra, quienes van a contracorriente deben haber asumido que los esfuerzos se multiplican. En la vida sucede lo mismo, lo más fácil es dejarse llevar por la masificación cotidiana incorporada a nuestras vidas.

Estudio, trabajo, familia, internet mediatizado, televisión, prensa, viajes y diversiones programadas. Que fácil es dejarse llevar, que sencillo es así vivir. ¿Vivir?, llamáis a eso vivir. A los psíquicamente enfermos, llenos de infelicidad, saturados de tristeza y atiborrados de medicamentos ¿vivir?, llamáis vivir a realizar comportamientos frívolos y lo que es peor a tener pensamientos y sentimientos vanidosos ¿vivir? a vivir virtualmente, llamáis vivir a que os vivan.

Ir a la contra requiere esfuerzo, mucho esfuerzo y sobre todo atención, mucha atención, calma y paciencia.

Ir a la contra por el camino de Santiago requiere esfuerzo y algo de atención, comparado con ir a la contra en la vida. Pero cada vez que dábamos un paso adelante, era un paso mas que nos alejábamos del turístico camino, era un paso más que nos alejábamos de las mentiras religiosas de las conchitas y bastones de alpinistas. Con cada paso avanzado nuestros rostros mostraban cansancio, pero nuestro espíritu rejuvenecía. Ese era el precio, pero con generosidad lo pagábamos.

Dormíamos en hostales y hoteles, no tenemos edad para mal dormir en albergues, comíamos donde podíamos o de lo que llevábamos, otras veces la fruta de los árboles y las moras de las zarzas nos mataron el hambre, que es lo único que debe matarse.

Nunca he probado moras tan sabrosas en mi vida, que agradecido le estoy a este fruto y a esta desprestigiada zarza.

En una de las jornadas un pausado riachuelo de peregrinos de una parroquia andaluza, unos cien, vienen en religiosa excursión. Como se les nota a esta gente la cara de misa que tienen, es asombroso.

Espiritualmente me daban miedo, necesitan férreas cadenas morales para sujetar sus oscuras e internas pasiones. Nunca ha habido nada peor que el fanatismo y las persecuciones religiosas. No hablo de la religión musulmana, esos son aficionados comparados con la intransigencia y brutalidad institucional de la iglesia católica.

Nosotros no íbamos en su dirección, íbamos a la contra, siempre a la contra.

Entre unos hermosos pinos por el que ascendía el sendero, desciende una peregrina con el pelo teñido de azul, su andar era casi bucólico, al caminar sin mochila adivino que pertenece al grupo parroquial de “Dios te salve” o de “Ave María Purísima”. Se para ante nosotros y con ojos de ensoñación permanente habla con un lenguaje dieciochesco, “Entre estos árboles y en mitad de los montes, le recabo caballero información, ¿falta mucho para llegar a …?”.

Intencionadamente mi mirada se introduce en la suya despertándola de sus absurdas ensoñaciones. Intencionadamente hago que mi mirada penetra algo más, quedando atrapada como un pajarillo ante los hipnotizadores ojos de la serpiente. Intencionadamente desato su animalidad de hembra reprimida. Sonriendo le respondo, -Con un poco, un poco, de alegría que usted exteriorice de la mucha que dentro usted lleva y con una sonrisa que de tanto en tanto esboce, que hará que su rostro resplandezca de tal modo que hasta el mismo sol se morirá de envidia. Con esto, llegará usted en hora y media aproximadamente.

Se alejó saltando como una jovenzuela cabritilla.

Si en la parroquiana había despertado su animalidad de hembra, en mi compañera había despertado la bestia femenina de los celos.

Cerca de una hora tardaron mis halagos, dulces y tiernos unas veces, cargados de pasional soez otras, en hacer su efecto calmante, a lo que contribuyó, en gran manera, estoy convencido, el esfuerzo del camino.

La tipología de los peregrinos a Santiago es variopinta, además de los arriba mencionados mencionaré a los que parece que realizan el camino zen, es como si con cada paso realizasen un mantra, al encontrarte con ellos, pálidos, aunque se hubiesen expuesto al sol, con sombreros de exploradores, palo en mano, místicos, espirituales, silenciosos y totalmente inbuidas sus auras de boba espiritualidad.

Ante estos santos varones me apartaba dejándoles el paso libre, no por miedo a interrumpir sus transcendentales meditaciones, ni por miedo a que me dieran un vareazo con la imitatiba caricatura del tirso de Dionisio o del efectivo bordón peregrino. Les dejaba el paso libre para que no me contagiasen la bobería oriental de moda, ganas tuve muchas veces de juntar las palmas de las manos y con cartujo silencio bajar la cabeza a su paso. Me contuve a duras penas, pero me contuve.

La verdad es que fue bajo presión, mi compañera me había amenazado, -si lo haces aunque sea una sola vez, dormirás sin mi compañía todo el camino.

En una de las jornadas comenzó a llover ligeramente, era el sirimiri del bachillerato o el calabobos nuestro de siempre, estábamos cansados y caminamos lo que caminamos, que fue mucho, aunque no sabría decir cuanto.

Un taxi se anunciaba en un contenedor, le llamamos, mientras esperamos bajo un alpendre abandonado refugiándonos del calabobos para que no nos tomasen por lo que no éramos.

Fermín, que así se llamaba el taxista no tardó en llegar, tranquilo, servicial, amable, hablador, cariñoso ¡Que diferencia! él también estaba en el camino, pero en autómovil. ¡Así cualquiera! podría pensarse, pues no, porque otros taxistas eran mal encarados y secos como mujeres de matrimonios mal avenidos. Fermín el taxista, nos condujo a Mabegondo, buscó hotel y nos consiguió una buena habitación.

A la mañana siguiente nos llevó al lugar que nos había recogido, su amabilidad no había variado, charló un rato con nosotros deseándonos un buen camino y a las nueve reanudamos la marcha. Un paracetamol con el desayuno expulsa los dolores del cuerpo como Jesús a los mercaderes, banqueros y cambistas del templo. A propósito de esto, pienso que en Santiago haría falta que Jesús apareciera látigo en mano y acompañado de todos sus discípulos con sendos vergajos, debido al mucho trabajo que tendrían que realizar.

El hotel en que habíamos dormido quedaba del punto de partida sobre unos diez kilómetros, seis horas después pasábamos con vergüenza delante de él, y por si la desesperación fuese poca, sentados en la terraza del hotel, el propietario y la plana mayor de cinco asiduos colegas, nos saludaron amistosamente, pero eso sí, con toda la sorna del gallego que supera los sesenta años. Solamente un gallego reconoce esto, ¡Dios mío, Dios tuyo y Dios nuestro también!, en mi vida me sentí tan hundido, tan avergonzado, a punto estuve de convertirme al catolicismo y volver al ovejuno redil religioso, llegué a creer que esto era un castigo divino.

Ni era un castigo, ni me convertí, todo fue debido a la mala señalización del camino que comercialmente, religiosa, turística y políticamente apunta en la unidireccionalidad de Compostela, epicentro después de Roma, de la Cristiandad.

Diez kilómetros en seis horas sin parar, menos de dos kilómetros a la hora, en qué diabólico laberinto estábamos metidos, el minotauro ya nos había humillado a las puertas del hostal, el apóstol ni caso, íbamos a la contra, San Andrés se desentendía, aún no estábamos en su camino y Ariadna la bella que proporcionó el hilo a Teseo para que pudiese salir del laberinto después de enfrentarse al minotauro no aparecía.

Pero apareció el milagro, porque los milagros los hay a veces, si los hay una vez, puede haberlos siempre. Un letrero apareció ante nuestros ojos, Betanzos a nueve kilómetros por carretera. Siempre fui de la opinión, “ante la duda, la mas tetuda”, enfilamos carretera adelante, eso sí por las cunetas bien arrimaditos, no fuera a ser que nos dejasen tirados los coches en ella, como en 1936 hacían los falangistas con quienes no eran de su forma de no pensar. Digo no pensar, porque la gente de derechas jamás ha pensado, y si alguna vez ha tenido un pensamiento ha sido para obedecer, pero eso no es pensamiento, pensar es cuestionar, dudar, discernir, en suma, utilizar activamente el cerebro, y estas gentes tienen por cerebro únicamente una continuación de la columna vertebral.

¡Que bonito es Betanzos! Un buen hotel, una buena cena, un buen masaje a mi compañera con aceite de almendras dulces que le produjo un profundo y reparador sueño ¿y yo? Yo me dormía en el masaje, cabeceaba como de estudiante universitario en las clases de arte, el aula semioscura para visualizar las filminas, la voz monótona y las tonterías del docto profesor se añadían al cansancio de la noche de juerga. ¡Que bonito es Betanzos! Recomiendo la visita al museo, del que su director Alfredo Erias, amigo mío, creó y cuidó con el amor que se cría y se cuida a un hijo. Estábamos tan rotos que fue restaurante-hotel y nada más, no telefoneé a mi amigo, solamente me reconocería en una morgue, mi cara era cadaveríca ¿La de mi compañera?, hermosa, hermosa como siempre.

Este es un pequeño largo camino, pero no quiero hacer un largo y lo que es peor aún, pesado artículo, abreviando llegué a Xuvia, en Xuvia me encontré a un peregrino italiano que iba de Ferrol a Compostela, hasta ahí todo bien y loable, para seguir el camino a la contra para llegar a Fátima. Palidecí, todo a mi alrededor me dió vueltas sin padecer yo de vértigos ni haber bebido. Me sentí sujetado por los hombros mientras una lejana voz en el dulce acento de la lengua de Dante sonaba en mis oídos -¿Se encuentra bien, le ocurre algo?. ¡Oh sí!, simplemente lo admiro, respondí.

Le dí un fuerte y sincero abrazo de hermano pequeño en el sufrimiento, deseándole lo mejor y recomendándole paciencia, mucha paciencia. Y me aleje recordando al filósofo que se quejaba de la comida, cuando dirigiendo su vista atrás, comprobó que otro iba recogiendo las cáscaras que el arrojaba.

A las siete de la mañana, sonó el teléfono, la voz del animoso Andrés Pena, amigo mío, arqueólogo e historiador del ayuntamiento de Narón, sonó al otro lado: -Son las siete de la mañana, seguro que aun estas durmiendo gandul, ponte en marcha, aquí el funcionario soy yo y no tú.

No habíamos terminado el desayuno y ya estaba en la cafetería del hotel con planos y documentación histórica sobre el camino a San Andrés. Nos acompañó un pequeño trecho para mostrarnos las diferentes señalizaciones.

Al separarnos, servicial me repitió varias veces llámame para cualquier cosa o si tengo que acercarte a algún lugar.

El camino a San Andrés desde Ferrol o desde Xuvia se encuentra marcado admirablemente, por un lado con mojones cada km como un pescadito en rojo, por otro el Club de Montaña Ferrol tiene marcado una ruta alternativa con flechas rojas y blancas. El camino marcado por el club de montaña tiene menos asfalto pero es algo más largo, nos decidimos por el de los montañeros. ¡Que diferencia! todo marcadito, sin perdida alguna, sin tensiones, sin tener que preguntar a nadie, las flechas no es que nos indicaran el camino, es que nos conducían de la mano.

Por fin no íbamos a la contra, tampoco íbamos a favor, pues en todo el trayecto no nos cruzamos con nadie, simplemente íbamos a San Andrés de Teixido, para non ir de mortos, íbamos de vivos.

A las seis de la tarde llamé a Andrés Pena: -Acércanos a Cedeira, cenamos juntos y charlamos con calma, que llevamos años sin hacerlo. En el puerto comimos marrajo y chocos, acompañandolos con cañas de cerveza ¡que bueno estaba todo!. Escuchar a Andrés de sus temas profesionales lejos de ser una pesadez es una delicia, escucharlo hablar de otros temas es divertido.

El final de esa etapa fue redondo.

Redondo, felizmente redondo el final del día, porque la noche fue terrible. Terribles mosquitos invadieron la habitación, zumbaban con un atronador rugido de motores de aviones de combate, y lo que es peor nos acribillaban con sus picaduras. Mi compañera dormía, yo encendía la luz y a calzonillazos antiareos los iba derribando, apagaba la luz, vuelta a empezar, cada vez acudían más, parecía un caso de expediente X. Casi amaneciendo rendido, decidí taparme la cabeza con la sábana mientras oía el zumbido alrededor mío.

Al despertar, mostré a mi compañera las marcas de sangre del suelo, techo y paredes que había hecho sobre mis víctimas, mostré también mi calzón como si yo hubiera tenido un menstruo femenino.

Adopté una postura de culturista, intentando poner un vientre tableta de chocolate sin conseguirlo, con la finalidad de impresionar a mi compañera, a la par que le decía –No te impresiona un cazador de tan excelentes cualidades como yo.

A lo que respondió muy seria -¡Sí! Pero lo que no me gusta de tu actividad, es que nunca recoges los trofeos.

Sin apenas dormir, aquella respuesta me sumió en una profunda y depresiva tristeza de la que seguramente tendría que ser medicamente-tratado.

Ella lo percibió, y con el arte amorosamente curativo de la mujer, al poco tiempo, todo se tornó en alegre mejoría, volviendo a sentir la vida con plenitud. Siempre me ha asombrado el divino arte curativo que posée la mujer.

Las primeras divinidades eran femeninas, lo que se llaman divinidades de primera generación. Quienes poseían el arte de la adivinación en la antigüedad eran las Síbilas, quien poseían el arte de la curación, la psicología y la telepatía era la mujer, quien conocía el poder de las plantas medicinales era la mujer. Mujeres que después allá por el siglo XV para desprestigiarlas, la iglesia católica las tacha de lascivia, de brujas, de arrebatadoras del alma y de la energía del hombre, incluso decían que no tenían alma y un sin fin de estupideces que únicamente podrían salir de mentes degeneradas, que es lo mismo que decir de mentes eclesiásticas. Todo ello pasa deserotizar a la mujer y poner a la madre de Jesús como un nuevo culto, el culto a María, el culto Mariano, que hasta ese momento no existía.

En lugar de seguir el camino anterior de los montañeros, decidimos ascender de Cedeira a San Andrés por carretera, fue una buena ascensión de trece kilómetros, la carretera tiene tres inconvenientes, el peligro de los automóviles, que afortunadamente no eran frecuentes en este caso, que el asfalto recalienta los pies y el tercer inconveniente del que muy pocos se dan cuenta, es que las carreteras son curvas para que el agua de la lluvia se desplace del centro a las cunetas, al caminar desnivelados con una pierna mas alta que otra, esto repercutirá sobre la rodilla más baja, llegando a producir con el tiempo graves lesiones.

Parte de la subida la hicimos por una calzada romana, la pronunciada bajada a San Andrés de algo más de un kilómetro la hicimos por el camino marcado. Es la famosa cuesta por la que se ofrecían los penitentes, descender o ascender de rodillas. No quiero pensar tamaña barbaridad en ningún animal bípedo que se considere humano, aunque no quiera y a pensarlo me niegue, sucedieron estos hechos y con profusión de penitentes.

Divisamos al fondo la iglesia y las cuatro casas de San Andrés de Teixido. Teixido se deriva del árbol texo que en castellano se diría tejo, Teixido significa lugar de texos, que en castellano sería lugar de tejos. El tejo es junto con el roble y la encina árboles sagrados en la tradición celta tan propia de las tierras gallegas, aunque académicamente negada, pero si los académicos lo niegan, el pueblo gallego siente y vive célticamente sin enterarse que así lo hacen y sin enterarse también de la negación académica.

Palabras como carretera, carro, carretilla o banda, son de origen céltico, como lo es también la creencia de la Santa Compaña y la absorción de divinidades célticas por el santoral católico. También es de origen céltico el culto a las piedras, a las fuentes, al agua, a los árboles y a ciertos lugares como espacios sagrados. Al igual que también lo es la costumbre de atar una prenda de ropa a las ramos de los árboles cercanos a las fuentes de estos lugares.

Hay una orden eclesiástica, no recuerdo muy bien si era de Martín de Dumio, en la que ordena destruir toda roca, piedra, árbol o fuente que se utilice como lugar de reunión o culto, añadiendo que si no puede hacerse, que se cristianice colocando una iglesia en el mencionado lugar.

Algunas piedras se salvaron, como la piedra de abalar de Muxía, o lugares que a pesar de su cristianización siguen transpirando su celticidad, como la Franqueira, Santa Marta de Ribarteme o San Andrés de Teixido.

Curiosamente en San Andrés se escribió un aviso en la fuente previniendo de que el agua no era potable.

La tradición decía, beber agua de los tres caños. También se prohíbe y se retira de las ramas de los árboles los pañuelos allí colgados por quienes visitan San Andrés.

No conformes con eso, cortaron las ramas más bajas para evitar que esto pudiese hacerse.

En la Bretaña francesa existe la misma coincidente costumbre, o la misma reincidente tradición.

En fin San Andrés de Teixido, es un lugar donde por las razones que al caso no vienen, confluyen una serie de ejes telúricos y ejes cósmicos que hacen que el lugar sea un espacio sagrado en el que el entendido puede sentir o penetrar en la dimensión de la existencia, que aquí llamamos muerte o más allá.

Abandono esta reflexión en este punto, pues no viene al caso ni a cuenta seguir con ella.

En la bajada, en un milladoiro al lado del camino, arrojamos nuestra pequeña piedra que transportamos desde nuestro lugar de origen, cumpliendo con la tradición de mi pueblo.

Al llegar a San Andrés, bebimos el agua de los tres caños de la fuente, haciendo caso omiso de la mentirosa pintada, colgamos nuestros pañuelos, de papel en este caso en la rama de uno de los árboles, visitamos la iglesia y reconcentrados en nosotros mismos permanecimos largo tiempo aunque menos que San Brandan, en el atrio disfrutando además de una vista fantástica.

El placer no esta reñido con el espíritu, ambos de complementan y compenetran, todo es cuestión de saber hacerlo. Sentimos hambre y en uno de los populares bares, repusimos nuestras fuerzas con unos riquísimos percebes, pulpo y una botella de excelente albariño de la casa que el amable y entendido patrón nos garantizó, como cosa buena.

¡Que bien nos supo todo!

No tenemos costumbre de beber alcohol, al finalizar la comida los ojazos de mi compañera brillaban como dos hermosos luceros, los míos como no me los veía no puedo decir como estaban.

¿Por qué fui a San Andrés?. Por mis cosas. ¿Conseguí lo que buscaba? Total y plenamente.

¿Qué cosas buscaba? Aquellas que encontré.

En fin, San Andrés nos hizo dar vueltas por el camino del derecho y del revés. Puedo decir que a San Andrés de Teixido no iremos de muertos porque ya hemos ido de vivos.

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