jueves, 30 de septiembre de 2010

-Ligando en el Ruedo-


Por unos instantes, solamente por unos instantes, imaginemos que invitamos a un habitante de una extraña región -digo extraña, que no distante-, en la que no se conozca la televisión. Este habitante no conocerá la cultura, entiéndase por cultura, los films, las series y programas de debate, asistiendo como asiduos contertulios, amanerados hombres de mentes marujonas y muchachas de una ignorancia que ralla el escándalo, todos ellos afirmándose como periodistas de investigación. A este habitante de la extraña región, lo introducimos en una plaza de toros y lo sentamos en uno de sus tendidos, en medio de las miles de personas, que al sol unos y a la sombra otros, esperan ansiosas el comienzo del espectáculo de la fiesta nacional.

Por una de las puertas, entran unos hombres con trajes de lentejuelas y coloridos vivos sus telas, con gorros negros a modo de cuernos sobre sus cabezas.

En este paseíllo, que así se llama, se contonean de forma peculiar, sus pasos son antinaturales asemejándose más su caminar a los desfiles de modelos en pasarelas femeninas que al viril paso del hombre.

Detrás de todos ellos un grupo de músicos interpreta alguna canción. Si fuese un habitante negro norteamericano de Nueva Orleans, aunque negro por fuera, su mente esta totalmente ablanqueada, este negro-blanco pensaría que se está realizando un entierro, como es costumbre en su ciudad y que la música es soul, gospel o un plañidero espiritual algodonero. Se equivocaría de pleno, con respecto a la música, un nacional pasodoble es lo que interpretan los músicos, “España Cañí”.

Con respecto al entierro no andaría errado. Pues en todo este espectáculo, como en los films americanos, se masca la muerte y el suspense de la tragedia.

Dejemos al negro-blanco de USA e imaginemos la sorpresa del habitante de la ignota región. Que cantidad increíble de extrañas sensaciones estaría percibiendo, cuando uno de los hombres se quita el cornudo sombrero de la cabeza y lo arroja al aire y el aire a su vez se lo arroja al suelo. Si cae con la abertura hacia abajo, no habrá tragedia, dice la tradición. Pero si el sombrero cae con la abertura hacia arriba, esto representa la abertura de la tumba que espera al hombre vestido tan preciosamente de diamantes, esmeraldas y rubíes.

En este último caso, una exhalación de sorpresa sale involuntariamente de los pechos de los asistentes, aquí es donde realmente comienza la fiesta nacional, hay tragedia, hay cogida, la tradición lo secunda. Todo lo nacional es tradicional.

Al hombre vestido de luces se le descompone el rostro, la cara se le afila y se le alarga, es un fenómeno que ocurre a causa del miedo. Fenómeno que surge en segundos. Al explicarle el significado a nuestro invitado, éste exclama aterrado, ¡ese hombre es un insensato, como es que después de un vaticinio semejante arriesga su vida de tal manera, sin tener en cuenta a su mujer y a sus hijos!.

Nuestro desconcertado invitado, ve salir un toro imponente que arremete contra el hombre del traje de luces y este lo burla con un paño rojo, el hombre lo llama, le hace gestos, le grita, con la chaquetilla ajustada y el pantalón ajustándole el culo, se contonea incitando y excitando al animal. No sólo al animal, cientos de turistas japonesas asistentes, también se excitan ante el culito apretado, lo hacen también muchos de los hombres que allí están.

El toro sabe que no es una señorita vaca, pero va tan engalanado, moviéndose de manera tal, que lo parece. Arremete contra él una y otra vez, una y otra vez es burlado.

¿Por donde se va para su alcoba señorita? Parece preguntarle el toro. Por la vicaría caballero, parece responder el hombre de fino talle, haciéndole una chicuelina.

El toro, desengañado y excitado a la vez, ve en el ruedo un animal que lleva faldas y con traje de luces y colorines sobre él, lo reclaman, lo incitan y excitado arremete con todo su ardor, con la vara le introducen la punta de hierro en las vértebras, la sangre brota abrillantando sus lomos.

El toro es un animal valiente, tan valiente como estúpido, pues una y otra vez arremete y una y otra vez es picado y atormentado destrozándoles las vértebras.

Sólo un animal tonto es capaz de una y otra vez volver a donde le causan un daño terrible, un león, un tigre, un oso, un lobo, huirían. El toro no, el toro es el único animal que ve una locomotora en marcha y el muy tonto a toda carrera la enviste.

Más tarde otros hombres engalanados de luces, todos enjoyados y con trajes de colorines, lo incitan, lo llaman, se menean delante de él, lo requiebran y he aquí otro desengaño, le clavan unas arponadas banderillas.

El frenesí de los espectadores aumenta hasta lo indecible, la música entona España Cañí a todo meter. El hombre de paño rojo, incita, excita, requiebra, pases por aquí, pases por allá, como una aparente y casta seductora señorita engaña al noble y confiado animal. Finalmente mariposeando como la mantis religiosa, le da muerte con la espada. Aquí el frenesí del público llega a su punto más álgido.

Las artes femeninas han vencido a la viril animalidad, lo curioso es que los hombres -casi todos los asistentes lo son-, se identifican con el amanerado personaje.

Por unos instantes, solamente por unos instantes, imaginemos qué pensaría nuestro invitado de la fiesta nacional y de nuestros nacionales espectadores.

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