martes, 29 de junio de 2010

-Los Herederos-


Sólo se heredan los bienes y algunas enfermedades. Así de simples son las leyes, como así de simples son las afirmaciones médicas.

Mendel, el cura que experimentó pacientemente con guisantes sentó las bases de la genética moderna de transmisiones de caracteres, perdiéndose la herencia en la genealogía guisantuna.

Los reyes y los príncipes, así como duques, condes y demás, han heredado de sus antepasados sus bienes materiales, sus títulos nobiliarios y evidentemente sus taras físicas. Hemofílicos unos, deficientes mentales otros, y degenerados la mayor parte de ellos.

Tanta pureza de sangre y tanta pureza de raza, conduce inevitablemente a la estupidez, adinerada sí, pero estupidez. Desde que en el bachillerato estudié las leyes de Mendel, todas las genealogías de nobiliaria prosapia me parecieron guisantunas, estúpidamente guisantunas.

Todos estos, reyes, príncipes, duques, condes, marqueses, barones y señorías, tienen su origen en las tribus de Godos, Vándalos, Ostrogodos, Alanos, Visigodos, Francos, Suevos, Hunos y una larga ristra de tribus, nómadas, que venían buscando nuevos lugares en los que asentarse, porque otras tribus los expulsaban de las suyas.

Los manuales de texto los denominaban bárbaros del norte. Sucios, desgreñados, incultos, analfabetos, ladrones, ávidos de rapiña, violadores y asesinos.

Se asentaron por el territorio europeo, la iglesia católica, muy comercial ella, santificó todas sus fechorías, dándoles así legalidad, convirtiéndose ella en su nueva religión, consejera espiritual para después de la muerte, y en consejera material antes de ella. Sus intereses coincidían, sus métodos también, y sus ambiciones eran las mismas.

Una gran cantidad de papas, pertenecían a la más alta nobleza.

Como lo fueron también, cardenales, obispos y abades de los conventos más importantes, estos últimos eran auténticos imperios. Príncipes de la iglesia se les denominaba, tomando para si mismos, la terminología de sus nuevos fieles compañeros.

Escriba Balaguer Albás, el fundador del Opus Dei, que en su paranoia cambió la “b” de su apellido originario, por una “v” acentuando la última vocal, tratando de borrar con este hecho su ascendencia judía y añadiendo la preposición “de” a Balaguer y una “y” a Albás, apellido de su madre para darse con ello más alcurnia. Pues en su acomplejada vida, no podía asumir que era hijo de un modesto tendero del pueblo de Barbastro.

No contento con esto reivindicó y tramitó para si un título nobiliario que al parecer un tataratatá, sí, no se asombren, rescató de no se que legajo, un muy antiguo y oscuro documento, de que en su familia había habido un taratatatá abuelo, que había tenido el título de marqués. Movió Roma con Santiago, pasando por Madrid, como es notorio, pagó las tasas pertinentes y el general Franco le convirtió en marqués de Peralta. He aquí un noble más.

Años más tarde, al poco de su muerte otro noble, el príncipe de la iglesia católica Juan Pablo segundo, residente en el palacio de su independiente nación vaticana, le concede otro título nobiliario, esta vez, el de santo.

Otros adquirieron títulos, por sus contribuciones industriales, los Thyssen, los Rochidtt, Nobel, por mencionar algunos.

Ocultando que hicieron trabajar a niños de cortas edades en las minas, y en las industrias textiles atados a los telares para que no huyesen. Los niños se suicidaban a los diez años, hartos de una vida llena de miseria y horror. Hoy sus apellidos relumbran como próceres de la cultura, la ciencia y el progreso.

Todos estos nobles de lejana prosapia y los de la cercana también, presumen y se vanaglorian de su ascendencia y de sus ascendientes. Somos de sangre azul, dicen. Nadie de mi familia ha trabajado ¿no ves la piel blanquecina de mi rostro y de mis manos?, en ellos se notan las venas azules, los demás las tenéis oscurecidas del sol y encallecidas del trabajo.

Todos ellos presumen de esta ascendencia, sus progenitores fueron rufianes, ladrones, asesinos y sucios ignorantes que tenían a gala no saber leer ni escribir. Como los actuales, que aun sabiendo leer y escribir, nada leen ni nada escriben.

Solo se heredan los bienes y algunas enfermedades. Así de simples son las leyes, como así de simples son las afirmaciones médicas.

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